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Hace unas semanas los medios de comunicación anunciaron los resultados del estudio «Atrapados en una burbuja», elaborado por la Cruz Roja Británica y por la asociación de cooperativas Co-op. La investigación, impulsada por la diputada laboralista Jo Cox asesinada en 2016 por un fanático de ultraderecha, pretendía analizar los efectos de la soledad en el Reino Unido. Según el estudio, más de nueve millones de personas se sienten solas, es decir, casi el 14 por ciento de la población total. La mitad de los mayores de 75 años viven solos y la mayoría reconoce que se pueden pasar días e, incluso, semanas sin interacción social. Hasta 200.000 personas mayores en Reino Unido no han tenido una conversación con un amigo o un familiar en más de un mes. El 52 por ciento de los encuestados se han sentido profundamente solos en alguna etapa de su vida y, sin embargo, debido al estigma social no han pedido ayuda.

Los resultados del estudio han alertado a las autoridades británicas que han decidido crear una especie de 'Ministerio de la Soledad' cuya función sería revertir esta epidemia. Al frente de este departamento, la primera ministra británica ha situado a Tracey Crouch, de 42 años, que ha prometido inversión pública para poner en marcha programas locales que fomenten la conectividad de las personas, especialmente, entre los colectivos más vulnerables. Una de las primeras medidas sería la puesta en marcha de un riguroso estudio de la Oficina Nacional de Estadística para identificar las raíces del aislamiento social y la forma de aliviarlo.

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Durante muchos años se ha considerado que la soledad era un problema individual y que solo afectaba a determinadas personas cuando atravesaban etapas difíciles de su vida. Esta inesperada soledad podía derivar de un divorcio, la jubilación, la muerte de un ser querido o la marcha de los hijos del hogar familiar. Sin embargo, en los últimos años, la soledad ya no se considera una desgracia fruto de un acontecimiento adverso. Más bien, es una consecuencia, en ocasiones inesperada, de la nueva forma de relacionarnos con nuestro entorno. Muchas instituciones que tejían conexiones entre las personas –como, por ejemplo, la iglesia, la familia o los centros de trabajo- han perdido importancia en los procesos de socialización debido al auge de las nuevas tecnologías y las redes sociales. El antropólogo Le Breton considera que anteriormente el vínculo familiar, laboral o de amistad constituía una especie de obligación impuesta por la norma social. En cambio, en la actualidad, la mayoría de las relaciones no exigen compromiso. La televisión, internet, los chats, los foros son –afirma el antropólogo- «formas de estar sin ser y de liberarse de una relación con solo apagar la pantalla». Muchos jóvenes se sienten solos a pesar de tener muchos amigos en redes sociales. No son pocos los chavales que optan por relacionarse con sus 'amigos virtuales' para evitar los incordios propios del contacto personal. Todos estos cambios están propiciando un nuevo escenario en el que la soledad ya no queda reducida al colectivo de ancianos o enfermos.

Por si fuera poco, la soledad, lejos de ser un problema pasajero, tiene graves consecuencias para la salud. En un estudio publicado en el año 2015 por la Universidad de Brigham Young de Utah (Estados Unidos) se afirmaba que el aislamiento social mata a más personas en el mundo que la obesidad. Otro estudio dirigido por investigadores de la Universidad de York (Reino Unido) alertaba de que el aislamiento social incrementaba hasta un 30 por ciento el riesgo de padecer cardiopatías isquémicas o ictus.

El informe de la Cruz Roja Británica llama la atención sobre una de las contradicciones más curiosas de nuestra sociedad: cada vez vivimos más conectados y, sin embargo, parece que nos sentimos más solos. Cambiar este paradigma requiere el desarrollo de políticas públicas que potencien el apoyo social, las actividades de ocio, las relaciones sociales y la comunicación. ¿Acaso queremos convertirnos en islas en mitad del océano? Quizá sea el momento de recordar las palabras del cineasta Orson Welles: «Estamos solos, vivimos solos y morimos solos. Solo a través del amor y la amistad podemos hacernos la ilusión, por un momento, de que no estamos solos».