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Dentro de unos años –espero que muchos-, cuando no seamos más que polvo acumulado en el olvido, y a los moradores del planeta les dé por estudiar y conocer qué hacían sus antepasados se darán cuenta de una obviedad. Somos imbéciles. E imbécilas, claro. Porque solo esa condición intelectual justifica que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo haya condenado a España a pagar 50.000 euros de dinero público a dos etarras por sufrir maltratos en su detención después de haber asesinado a dos personas en el atentado de la T4 del Aeropuerto de Barajas.

Como hoy en día el personal está en plan accionista sentimental especificaré antes de que me crujan a comentarios, que estoy en contra de que ese tribunal haya dictado esa sentencia por ese caso en concreto. Apoyo y aplaudo –porque somos tan garrulos que si no lo decimos específicamente hay quién interpreta que no lo hacemos- que haya una entidad que se encargue de velar por los derechos humanos y que estos no sean vulnerados por el antojo humano. Y defiendo que, si algún miembro de los cuerpos de seguridad del Estado se excede en sus funciones y en sus formas, se estudie el caso con las medidas pertinentes cuando la causa no está justificada.

Lo que me parece ridículo es que se condene el exceso de lo que sea a la hora de atrapar a dos etarras, a dos terroristas, a dos asesinos. En una época en la que estamos todos tontos y tontas con esto de ser políticamente correctos, yo aplaudo si a los dos miserables les cayeron ciertas sobredosis de compromiso para con la seguridad y el bienestar de las personas por parte de los policías que los detuvieron.

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Me revuelve las tripas que esta chusma se plantee acudir a la misericordia de la justicia cuando ellos no fueron capaces de sentir ni las dos muertes del aeropuerto ni las décadas de terror y asesinatos que le tocó vivir a este país. Me encabrona ver como hoy en día se homenajea a chivatos que delataban la posición de las personas que luego otros se encargaban de ajusticiar. No me lo invento, es lo que pasó en Andoain, en Guipúzcoa, hace unos días. Vítores para las más cobardes criaturas que pululan sobre la faz de la tierra.

Pero como te decía, como hoy estamos tontos perdidos en lo de quedar bien o, sencillamente, en llevar la contraria habrá 'gilipollos' que correrán a romper una lanza tanto en favor de los homenajeados como de los pobres detenidos que, con las manos todavía manchadas de sangre, se sintieron torturados cuando intentaban escapar de las autoridades.

Porque si te soy sincero, prefiero que a los dos asesinos les caigan una somanta de palos mientras intentan escapar después de matar a dos personas, que no que aparezcan los defensores del amor intergaláctico intentándolos reducir con piropos que refuercen su autoestima, purpurina y abrazos de la amistad.