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Joan Lluís Bozzo manifestó uno de estos días que el teatro que hace está condenado al éxito, puesto que de otro modo no podría sobrevivir. Joan Lluís Bozzo es un hombre de teatro de toda la vida, nacido en el barcelonés barrio de Gracia en 1953. Cosechó sus primeros éxitos teatrales con un grupo formado por él mismo en la universidad y a principios de 1978 se integró en el grupo Dagoll Dagom, con el que representó con éxito «Antaviana», sobre cuentos de Pere Calders, «Nit de Sant Joan», con música de Sisa, el «Mikado», adaptado de la opereta de Gilbert y Sullivan o «Mar i Cel», adaptación de Xavier Bru de Sala de la obra de Ángel Guimerà, entre otras obras. Ahora, diez años después de haberla estrenado, vuelve a dirigir el vodevil «El Llibertí» en el teatro Poliorama, con Abel Folk y Àngels Gonyalons.

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Una carrera jalonada de éxitos de los que Joan Lluís Bozzo, haciendo gala de una sinceridad encomiable, dice depender para poder sobrevivir. Aplaudo su sinceridad y su valentía. Aplaudo, también, el hecho de que todos estos triunfos los haya obtenido en un medio muy difícil entre nosotros y estos días que corren, como es el teatro, y además en una lengua como el catalán que no puede resistir la competencia con lenguas más difundidas como el castellano o el inglés. Él lo ha hecho siempre con una dignidad ejemplar, y eso también lo aplaudo, pero la frase «el teatro está condenado al éxito» sin la coletilla «si no, no puede sobrevivir» se me antoja un arma de doble filo. Me recuerda esta otra frase de Lope de Vega, que además de reconocer que algunas de sus obras en horas veinticuatro pasaron de las musas al teatro, afirmaba que «como lo paga el vulgo es justo hablarle en necio para darle gusto». Luego Lope de Vega también estaba condenado al éxito, y en su caso hasta a la improvisación, para poder sobrevivir con el teatro. Lo que pasa es que el hecho de «hablar en necio», con la lengua viva del pueblo, resultó ser también un acierto literario mayúsculo. La sencillez suele dar la medida de la grandeza de un escritor. Pero ¿cuántos creadores no han podido someterse a la regla del éxito para sobrevivir y han tenido que llevar existencias mediocres, viendo como otros artistas menores recogían los triunfos? Cervantes no era el escritor de más éxito de su tiempo, ni tampoco Joanot Martorell. Mozart no era el músico más boyante de su época, Johan Sebastian Bach era considerado simplemente un buen Maestro de Capilla, Kafka era desconocido y Van Gogh despreciado…