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Estas citas a ciegas han pasado unos meses subterráneas: el tiempo, el trabajo sí remunerado y la vida (que late afuera y adentro) han vuelto inestable la tarea de escribir estas notas de los martes alternos. A pesar de todo, una marca en la agenda y en la mente me recuerda cada tanto que debo volver aquí: ¿por qué? ¿Qué sentido tiene seguir escribiendo? ¿Alguien lee más allá de redes y titulares? Y todo lleva a otra duda que viene de lejos: ¿por qué escriben los escritores? El último en hacerse la pregunta públicamente ha sido el escritor José Ovejero (Madrid, 1958), en el documental «Vida y ficción», que firma junto con la también escritora Edurne Portela (Vizcaya, 1974).

Los asistentes al taller que ofreció Ovejero en Menorca, como parte del programa de Talleres islados, pudimos ver y comentar esta pieza audiovisual en presencia de los dos autores, que reunieron a dieciséis escritores contemporáneos para descubrir sus procesos creativos y por qué, pese a la precariedad, la falta de apoyo institucional a la cultura y a la pérdida de peso intelectual de los autores en la sociedad, siguen escribiendo. Entre los entrevistados, en escenarios tan íntimos como una cama o en parajes tan extravagantes como un desierto, aparecen los rostros y las voces de Rosa Montero, Manuel Vilas, Marta Sanz, Andrés Neuman, Antonio Orejudo, Sara Mesa, Hipólito Navarro, Luisgé Martín, Fernando Royuela, Cristina Fernández Cubas, Rafael Reig, Sergio del Molino, Ana Merino, Juan Carlos Méndez Guédez, Aixa de la Cruz y Juan Gabriel Vásquez.

El documental, realizado con pocos recursos, no brilla tanto por su técnica como por su contenido precioso —como algunas piedras o algunas mañanas—, y por esa capacidad de acercarse a los autores como si no hubiera cámara ante la que posar. Ovejero contó que no les daban información antes de cada entrevista, lanzaban las preguntas justo antes de empezar a rodar para que aflorasen las respuestas espontáneas. De este recorrido por las motivaciones de cada autor se rescatan perlas como la del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez cuando dice que escribe para averiguar «cómo la violencia pasada se va transmitiendo de generación en generación». O la idea de Manuel Vilas de que «escribir es un acto de rebeldía en una sociedad en la que todas nuestras relaciones son de poder»; mientras que para Sergio Molino, «la literatura sirve para establecer una conversación con los demás» y para Marta Sanz escribir es «un ejercicio de resistencia». Otros hallazgos son el paralelismo que hace Ana Merino con la escritura y los juegos de la infancia (literalmente) y la visión mágica, también cocinada en la infancia, de Cristina Fernández Cubas frente a sus historias. Además de la infancia, se repiten como motores creativos, la muerte, la memoria, el tiempo y el cuerpo. Tal vez sea todo lo mismo.

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¿Pero por qué la escritura? Antes ya se lo preguntaron otros. André Breton, Louis Aragon y Philipe Soupault, directores de la revista «Littérature», enviaron en 1919 esta pregunta a un centenar de escritores: «¿Por qué escribe usted?». Al parecer, recogieron respuestas como la de Paul Valéry: «Por debilidad»; la de Max Jacob: «¡Para escribir mejor!» o la de Knut Hamsun: «Escribo para acortar el tiempo». Las razones no han dejado de compartirse; Federico García Lorca dejó la suya en una de las entrevistas que él también concedió: «A veces, cuando veo lo que pasa en el mundo, me pregunto ¿para qué escribir? Pero hay que trabajar, trabajar. Trabajar como forma de protesta. Porque el primer impulso de una persona al despertar en un mundo lleno de toda clase de miserias e injusticias debe ser gritar: ¡protesto!, ¡protesto!, ¡protesto!».

En los talleres de escritura creativa que coordino he preguntado alguna vez a los aficionados a este arte de la palabra sobre sus motivos para sentarse ante la hoja en blanco y las respuestas son infinitas: se escribe como un reflejo que se toma de la lectura; se escribe para salirse del mundo o para entrar en rincones desenfocados y tratar de comprender algo (o a alguien: a una misma, teniendo en cuenta, como dice Andrés Neuman en «Vida y ficción» que «todo yo es un nosotros encubierto»). Se escribe para poder imaginar sin trabas aunque, como ha planteado Margaret Atwood también se podría responder con otra pregunta: «¿Por qué no escribe todo el mundo?». La mayoría no se plantea por qué lo hace —como tampoco se plantea alguien cuando ama por qué ama— y tal vez sea mejor así: que lo importante sea solo seguir escribiendo.

ana@laisladelosescritores.com