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Me llama por teléfono un periodista a quien no conozco y me pide una entrevista. Naturalmente, se la concedo. No están los tiempos para despreciar a nadie que se interese por la cultura con buena voluntad, porque ya lo dijo el ángel en el portal de Belén, dijo: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad». El entrevistador tiene un aire decidido y una voz potente. Sus preguntas son incisivas, inteligentes, sin faltar nunca al respeto, lo cual es muy de agradecer. Una vez, hace años, en Barcelona, cierto periodista estuvo en un tris de hacerme levantar de la mesa y marcharme con viento fresco, porque no hacía más que dedicarme pullas. Me contuve, claro está, porque ya hace tiempo que sé que la pluma es más poderosa que la espada. Otra vez, otro periodista, también en Barcelona, me dijo que no creía en las lenguas bífidas, porque yo escribía en catalán y en castellano. En seguida relacioné lo de las lenguas bífidas con las serpientes. Era una forma indirecta de llamarme serpiente. Me vi arrastrándome por el suelo entre las patas de la mesa, pero procuré hacer de tripas corazón. Creo que contesté que me gustaría escribir en otras lenguas que conozco, con lo que lo de las serpientes quedaba superado, porque no creo que sean políglotas. Pero esta vez, con un entrevistador listo y amable, lo que se me ocurrió pensar es qué cara tendría, porque lo cierto es que solemos poner caras a las voces mientras pueda entrar en juego la imaginación. Claro que hay grandes voces que ya tienen cara, como las de Richard Burton, Anthony Hopkins, Juan Manuel Soriano, Constantino Romero, Sean Connery, Clint Eastwood o Liam Neeson, sin entrar en voces de cantantes como Frank Sinatra, Elvis Presley o Leonard Cohen; pero otras voces que oímos por teléfono o a través de la radio no tienen rostro, y sin embargo nosotros les adjudicamos unas facciones con nuestra imaginación que a menudo no se corresponden con la realidad.

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Conocí a una costurera que estaba enamorada de Juan Manuel Soriano, que entre otros doblaba a Rock Hudson; estaba enamorada de su voz, y cuando le vio en fotografía, ya entrado en años, rechoncho y calvo, se llevó una gran desilusión. Será que tendemos a revestir de carne atractiva a las voces que nos gustan, y que la realidad suele superar a la ficción, ya sea en positivo o en negativo. Pero también ocurre lo contrario, que a veces nos seduce la imagen de una persona y cuando oímos su voz decimos «apaga y vámonos».