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15-IV-18

Madrugones con gusto molestan solo un poco, como el efímero zumbido de un moscardón y se disipan nada más llegar al primer destino, Madrid, y recibir un cordial Benvinguts! por parte de una amable informadora del ayuntamiento del oso y del madroño, a la que contesto con un no menos jovial Ben trobada! Y es que me conmueven las iniciativas amables y conciliatorias, y más en tiempos convulsos…

Tras un cómodo trayecto en autobús-salen de la misma T4, Burgos nos recibe con un frío tolerable, seco. Desde el modesto pero bien ubicado hotel, la mismísima catedral se enmarca en la ventana, solemne, sugerente. Primer paseo por el austero pero señorial paseo del Espolón hasta la estatua del Cid para alarma de mis amigos catalanistas a los que mando testimonio gráfico (los más españolistas me responden que me sentará bien la visita a la España profunda). Desde luego, la visita a Burgos y León era una asignatura pendiente...

17-IV-18

En León, el tiempo es insólitamente espléndido. Nos recomiendan comer en el propio hotel, en su restaurante de diseño. Y a fe que lo hacemos, cuando el hambre aprieta no discuto ni acudir al vegano de la esquina. Además, uno no está en contra de la innovación, siempre que su resultado (los sabores) sea reconocible, y en este caso la experiencia me recuerda los chutes de LSD de los Beatles, plasmados en su mítico tema «Lucy in the sky with diamonds»: una comida tan minimalista como barroca, con nabigarramiento de cursis espumitas y sabores indescifrables, pese a las no menos complicadas explicaciones de un jovial y casual 'jefe de sala', quien antes de empezar nos presenta al chef, instalado en lo que viene a ser un teatrillo repleto de cacerolas, a la vista de los comensales. En pocas palabras, una genuina performance que me reafirma en mi tesis de que el actual boom de la cocina deconstructiva nos está llevando a una GCU (Gilipollez Culinaria Universal), espero que reversible.

18-IV-18

Catedral aparte con sus inigualables vidrieras, el gran reclamo cultural de León es la Colegiata de San Isidoro y sobre todo su Panteón Real, al que llaman con propiedad «la Capilla Sixtina del románico». Es de una belleza sobrecogedora y cuesta trabajo imaginar el asalto de los soldados napoleónicos que convirtieron el panteón en establo para sus caballos y las tumbas en abrevadero. Los mismísimos hijos de la Ilustración, sí.

19-IV-18

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Y por fin la gran venganza en forma de sublime cocido leonés con carne de caza y la inevitable morcilla melosa para embadurnar garbanzos y coles: esto sí es comer. Omeprazol y siesta antes de visitar la Casa Botines de Gaudí quien en sus tiempos no fue muy bien valorado por los leoneses por traer operarios de Cataluña y hablar raro… Tal cual nos lo cuentan.

Un poco más arriba, en la mítica Calle Ancha encuentro por fin el comercio largamente buscado y que parecía desaparecido en combate: una sombrerería que ayude a paliar los fervores caniculares del calvo sin tener que acudir al estereotipado y poco elegante xibit. Nos dice la encargada que quedan ya pocas tiendas como la suya y debe de ser cierto. ¡Ay el discreto encanto de los viejos comercios de las ciudades con solera!…

22-IV-18

Reconfortado por el sol preveraniego, termino un libro tan templado y razonable como políticamente incorrecto (se sale de los estereotipos nacionalistas y de los jurídicos-gubernamentales al tiempo que desmonta falacias argumentativas muy en boga), sobre la cuestión catalana: «La confusión nacional» de Ignacio Sánchez-Cuenca (Edit. Catarata), un interesante aporte de ideas sensatas para el debate sereno y reflexivo.

23-IV-18

Aunque estoy bien provisto de libros pendientes de lectura en mi mesilla de noche, acudo como todos los años a es Carrer Nou en busca de unas rosas para mis chicas y de la ópera prima del buen amigo Emili de Balanzó, homenet icónico de la vida cultural mahonesa de los últimos cincuenta años, reserva biosférica de seny y campechanía y punto de referencia ineludible para cualquier tertulia que se precie. Enhorabona i sort, Emili.

26-IV-18

Dice el ministro del Interior que las pitadas son violencia. También las camisetas y sudaderas amarillas que se requisan esperpénticamente como si fueran cócteles molotov. Meten en la cárcel a un ciudadano por haber escrito en Facebook: «Los borbones a los tiburones»… ¿Cuándo empezó nuestro país a recaer en su mal endémico de intolerancia?

Y ya que hablamos de cocidos, ¿qué decir hoy del madrileño con sus nauseabundos y traicioneros ingredientes? Quizá pedir una pizca de compasión (omeprazol del alma) para la política defenestrada entre tanto encarnizamiento, otro mal endémico…