TW

Qué tranquilos nos dejan las etiquetas. Si somos Virgo, ya entendemos nuestra obsesión por el orden y la limpieza. Si somos andaluces, tenemos que ser graciosos. Si somos negros, jugamos bien al baloncesto. Si somos alemanes, nos distinguimos por ser cuadriculados y fríos. Si gays, promiscuos y alegres. Si milenials, activos en las redes sociales. Y todos los menorquines tenemos una caseta al lado del mar, una barca con su red de pesca, y calzamos avarcas mientras saboreamos un trozo de pan con sobrasada y nos tomamos un ginet.

Si nos dejamos el lomo currando para nosotros mismos, ya no somos autónomos, ahora nos llaman emprendedores, o freelance. Si no hay pasta para un negocio con local propio, compartimos el local y lo llamamos coworking. Si tenemos que pedir limosna para sacar un libro, o un disco, lo llamamos crowdfunding. Si estamos más solos que la una, por lo que sea, nos llaman swingers. Y así un etcétera más largo que la lista de másteres, y carreras, que puede aprobar Pablo Casado en un fin de semana.

Pues como esto es un no parar, queridos lectores, porque cada etiqueta crea una bolsa de consumidores y un mercado que hace que alguien se forre bien forrado, les presento otra etiqueta de cuño reciente, están preparados, allá va: la madurescencia. Como se les ha quedado el cuerpo, supongo que saturado de tanto palabro interesado.

La madurescencia, que no es una segunda adolescencia, se utiliza para referirse a los hijos del babyboom (otra etiqueta) es decir, los nacidos entre los años 40 y 70. Son, somos, los cincuentañeros, o lo nuevos sesenteros. Antes llegar a los 50 era llegar casi a la vejez, entrar en la antesala de la prejubilación. Ahora dicen que la sociedad es sénior, que si la salud aguanta, los que tienen medio siglo, o más, están ávidos de nuevas experiencias, de hacer balance para chequear si lo que tienen, lo que son, es lo que esperaban de la vida. Quieren implicarse emocionalmente para dejar una sociedad mejor. Vamos, que el futuro inmediato es de los madurescentes. Suena un pelín pretencioso.

Noticias relacionadas

Es cierto que la natalidad se ha hundido a niveles mínimos que baten récords, dentro de poco estaremos como en Japón, donde se venden más pañales para ancianos que para niños. No hay ganas de criar cachorros, y no me extraña nada. Seguro que los motivos son más de cien, pero digamos que la mierda de sueldos que pagan, y los precios obscenos de la vivienda, no ayudan mucho a la hora de ilusionarse con tener descendencia. Por no hablar de que el planeta Tierra en nada pasará a llamarse planeta Plástico.

TODO ESO ES CIERTO, y si la etiqueta de madurescencia sirviera para que gobiernos, y empresas, tomaran conciencia del envejecimiento de la población y adoptaran medidas para afrontarla, sería la leche de buena. Pero, créanme, bajo ese barniz buenista aquí de lo que se trata es de vender, vender y volver a vender. Un viejo sin dinero no le interesa al sistema, crudo como una patada en el estomago, pero es cierto ciertísimo.

Terminando que es gerundio, pasando de encasillarnos. Como inminente cincuentañero me niego a hacer balance de nada, ni a alardear de buena salud, solo les daría excusas para alargar aun más la edad de jubilación a las alimañas clasistas que nos gobiernan. Eso sí, si alguno de ustedes tiene esa caseta al lado del mar con barquita incluida, acepto gustoso una invitación, yo pongo la sobrasada y el gin, que es feo ir con las manos vacías. Feliz jueves.


conderechoareplicamenorca@gmail.com