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A los adultos a veces se nos escapan palabrotas, palabras soeces, palabras malsonantes. Hasta escritores como Arturo Pérez Reverte las utilizan como vocablo literario en sus artículos. Ahora, la cosa cambia cuando escuchamos esas mismas palabras en boca de niños o nuestros propios hijos.

Esta columna se la dedico a una amiga, que suele leer esta columna, que en un cruce de pasillos del colegio hablando de lo que había sido el verano y entre comentarios me comentó que su hija dijo una palabrota muy fea y ella se disgustó muchísimo ya que en casa no hablan así.

Reconozco que alguna vez mi hija también suelta alguna, y sí, la dije yo antes. Me corrijo, y ya no se dicen más. La cosa está cuando la escuchan por la calle o en el colegio. Ciertamente hace unos días, en un parque, escuchaba de bocas de niños que no llegaban a los diez años «jod...». y queda feo, muy feo. Los adultos nos tenemos que corregir no solo por nuestros hijos sino por la sociedad. A todos nos parece que en general se abusa de los tacos, pero en algunas ocasiones no podemos evitar que salgan de nuestra boca. Son nuestras frustraciones que las verbalizamos en momentos puntuales, y los niños saben perfectamente cuando utilizarlas.

Me viene a la memoria un capítulo de Leopoldo Abadía de su libro «36 cosas que hay que hacer para que una familia funcione bien». Se detiene en un apartado sobre la «Lista de tacos». Puede servir de idea. Por ejemplo, uno de sus hijos -cuando eran pequeños- decía tacos, así sin enfadarse Leopoldo les hizo escribir a sus hijos una lista de todos los tacos que supieran, y palabras mal sonantes que se sabían. Llegaron a 42. Una vez en su poder, las leyó, y una por una empezó a explicárselas. Se colorearon tanto las mejillas que ya no dijeron más palabrotas en casa, y muy pocas fuera del hogar. «Los tacos se sueltan muchas veces por nervios o por enfado, y otras veces, lo que es peor, por pobreza absoluta de lenguaje».

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Pienso que habría que sentarse con ellos, y que nos explicaran el porqué. Ser sensibles en qué situación la dijeron, si estaban estresados o contentos. Y explicarles su significado. Canalizando esa energía se pueden conseguir buenos resultados para todos.

Otra de la anécdotas que cuenta don Leopoldo, es el de una amiga, profesora de niñas de catorce años que las escucha decir la palabra «p...» a sus madres. Cansada de escucharlas, un día entró en clase queriendo saber qué madre se dedica a esa profesión. Y también quién de ellas la ejerce. Todas enrojecieron. A lo que las jóvenes se defendieron diciendo que era una manera de hablar. La profesora les contesto «bueno, pues, en casa -y fuera de casa-, evitemos esa manera de hablar, porque, a veces, parece una manera de rebuznar».

También llega a relatar el autor del libro que cuando él era un chaval, en los bares había letreros que decían «Prohibida la blasfemia y la palabra soez».

@sernariadna