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Asociamos el otoño con la caída de las hojas. Decadencia que deja los árboles esquemáticos. Lluvia que refresca. Pero el árbol sin hojas no está muerto y su apariencia desnuda es tan provisional como el Gobierno en una democracia que funciona. La vida adopta múltiples formas, estaciones, paisajes, según el tiempo que hace y cómo nos afecta: o sombrilla o paraguas. No es nada aburrida ni monótona la existencia dedicada a una pasión que nos llena y conmueve. Es preciso evitar la mediocridad, huir del pasotismo. La vitalidad ama la belleza pasajera y es una fuerza interior que todo lo mejora. Pero a la belleza hay que contemplarla con respeto, en lugar de destruirla o explotarla. No es buena la prisa. Ni el egocentrismo enfermizo. Para disfrutar de los momentos felices hay que sosegar la mente, olvidarse de la política por un rato y escuchar esa voz interior que reconforta. La que nos impulsa a ayudar al samaritano. Si cultivásemos el arte de ser buenos como nos dedicamos a otros menesteres menos importantes...

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Ha llegado el otoño. Nuestra sociedad está atravesando un largo período otoñal. Buen momento para visitar el Museu de Menorca y viajar por el tiempo. La historia hay que vivirla y revivirla. Con los años, lo de hoy también estará en un museo. Hemos pasado demasiadas vicisitudes para espantarnos ahora. Nos preocupa la situación, pero con el doctor Sánchez y míster Iglesias, tendremos un gobierno cada vez más maduro.