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Desde la carga policial a los manifestantes contrarios a la urbanización de Es Freginal en las fiestas de 1976, en Maó, no se recuerdan más episodios violentos de represión física en las calles de las poblaciones de Menorca, ni tampoco derivados de la confrontación de ideas o el distanciamiento de posturas políticas entre grupos opuestos. Si acaso, la agresión de un descontrolado a Joan Canals, coordinador de Ciudadanos en Ciutadella hace un año al término de la concentración en favor de la unidad de España, ha sido la única pincelada de violencia que ha dejado el procés catalán en esta Isla.

La acción aislada del autor del puñetazo que noqueó a Canals un día antes del referéndum ilegal, a pequeña escala, remite a los episodios violentos de los últimos días en Catalunya. Los disturbios de los CDR, incomprensiblemente alentados por el presidente de la Generalitat, vocero de su antecesor huido al paraíso belga, continúan colapsando los derechos de los que no piensan como ellos. Cortan las vías del tren, asaltan instituciones públicas o agreden a mossos, policías y guardias civiles con impunidad.

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Ni los lideres independentistas, ni el actual gobierno, ni tampoco, curiosamente, los políticos menorquines afines a la causa, tan habituados a apelar a la democracia, la libertad y al derecho a decidir a partir de un movimiento pacifista (¿pacifista?), han tenido a bien censurar con determinación la violencia de los jóvenes émulos de la kale borroca vasca o las palabras de Quim Torra.

En Menorca hay posturas encontradas pero impera el respeto, hasta ahora. El lunes un grupo de Vox quiso sabotear la manifestación del apéndice insular de los CDR en Maó. La aparición inútil de los derechistas puede alimentar el rencor entre unos y otros y generar un caldo de cultivo peligroso. No perdamos de vista lo que está sudiendo en las calles de las capitales catalanas. Menorca es otra historia.