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La publicidad se dirige a grupos de consumidores. Hay anuncios pensados para jóvenes, familias, mujeres, hombres, personas de diferente poder adquisitivo, ideología o intereses vitales diversos. Hasta los medios de comunicación corren el riesgo de convertirse en órganos de propaganda, donde cada uno resalta unas informaciones y silencia otras, según quien los controla y el sector de público al que van dirigidos. Los periodos electorales se han convertido en campañas de marketing en las que se pretende vender el producto por encima de todo. Cada uno apela a su grupo potencial de votantes. No es lo mismo hablarle a los jóvenes que a los jubilados. Los primeros buscan acción; los segundos, poder cobrar su pensión. Hay revistas que leen principalmente mujeres, porque van dirigidas a ellas. En otros casos, se trata de deportes, cotilleos de sociedad o novedades científicas.

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No es raro que nuestra visión de la realidad sea parcial, fragmentada, selectiva. Vemos y oímos muchas cosas que no van dirigidas a nosotros y ni siquiera nos interesan. Tendemos a confundir los mensajes publicitarios con la realidad misma, en una sociedad de consumo donde nos prometen la felicidad a cambio de nuestro dinero. Mientras compremos el producto que nos quieren endosar ¿A quién le importan: la verdad, la ética o la estética? La Economía le ha hecho una OPA hostil a la Filosofía. Pronto querrán que paguemos el impuesto revolucionario.