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El apagón sufrido por media Menorca recientemente me trajo a la memoria tiempos pasados. En los años cincuenta la luz se iba tan a menudo que mi padre tenía un candil colgado de la pared, siempre dispuesto para ser encendido. Si nos dormíamos con la llamita prendida –éramos jóvenes y solíamos dormir como piedras-, mi madre decía que quemaba por las ánimas. Entonces yo imaginaba que las ánimas –ses animetes—eran seres diminutos, transparentes y volátiles, y que se reunían en torno a la llama para calentarse del frío que se posesionaba de nuestra casita con el azote del viento helado de tramontana. Ya ven que una situación caótica, como el ya famoso apagón, puede traer recuerdos entrañables.

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Alguien pensará que no se puede hacer nada contra la furia de los elementos, que los responsables de la electrificación se hallan impotentes ante un ciclón que arranca de cuajo cuatro torres como si de coles se tratara. Desde luego, la catástrofe natural es imprevisible, pero el hecho de no tener los medios para repararla con rapidez ya no lo es tanto. No estamos en los tiempos heroicos de postguerra que acabo de evocar, y sin embargo, en vistas de lo ocurrido, parece que no haya pasado el tiempo. Grupos electrógenos que tienen que traerse a última hora en barco y con los puertos cerrados, igual que la maquinaria pesada para reparar las torres; aislamiento total de la población que de repente se pelea por linternas, velas, fogones de gas o gasolina; móviles inútiles, desaparición de internet, congeladores descongelados, tiendas y empresas cerradas, viento inclemente, lluvia pertinaz y relojes atrasados una hora... Desde luego, en los años cincuenta el recibo de la luz no alcanzaba las proporciones astronómicas de la actualidad, de modo que uno se pregunta a dónde va a parar la enorme cantidad de dinero pagada por los abonados. Uno supone que es indispensable tener los medios para paliar –si no ya solucionar- de modo eficaz y rápido cualquier tipo de averías; no se puede confiar en que nunca pasa nada en un ‘paraíso’ como Menorca. Ahora, lo que pasa de castaño oscuro es lo que le dijeron a mi mujer cuando llamó a Endesa, le dijeron que la avería estaba localizada y que estaría arreglada en una hora. Pasaron dos horas, volvió a llamar y le dijeron otra vez lo mismo. Dos horas más tarde, la misma respuesta. Solo cuando dimos con una radio analógica nos enteramos de que habían caído cuatro torres. ¿Es lícito engañar al consumidor de modo tan flagrante?