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Qué más queda por decir sobre el corte de energía sufrido a raíz del último cap de fibló. La naturaleza nos recuerda quién manda aquí, se revuelve de manera incontrolable, y a pesar de ser un fenómeno meteorológico nada insólito –como demuestra la serie histórica de mangas marinas y tornados que ha sufrido Menorca–, a la vista quedó que no había previsión de qué hacer llegado ese momento: ni maquinaria para levantar las torres, ni generadores, ni autonomía, ni cable submarino..., nada.

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Haciendo bueno el refrán de que «solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena» hubo que correr, improvisar soluciones, capear el temporal como se pudo, y eso solo lo saben los que se vieron directamente afectados, sin poder calentar comida, ducharse, usar el teléfono, cargar combustible y en el caso de las empresas y las explotaciones del campo, con pérdidas que serán millonarias. Entre el desastre del apagón, y poniendo por delante que no hemos tenido que lamentar muertes como sí ocurrió en Mallorca, hay un titular especialmente doloroso. «Toneladas de alimentos, directos a la basura».

Cuando todavía se pueden ver en muchos supermercados los carros con las donaciones de clientes para los bancos de alimentos; cuando un informe tras otro de Caritas habla de pobreza y de exclusión en las islas de la bonanza; cuando la crisis no es algo del pasado en muchos hogares, es tremendo que a algunas de estas empresas de alimentación se les repusiera y cortara de forma intermitente el suministro echando a perder su producción; o que no pudieran confirmar el alcance real de la avería, de manera que su capacidad de reacción fue limitada y al final, ni siquiera se pudieran buscar soluciones alternativas a desechar los alimentos. Al cubo de la basura se han ido dinero y también algunos principios y valores. Las eléctricas desde luego deben responder.