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Diciembre empieza con elecciones andaluzas, el día de la Constitución (asediada por todas partes) y el inicio de la campaña de Navidad, que estimula el consumo y los buenos deseos pero que para los creyentes significa mucho más. Los regalos nos recuerdan que la vida entera es un regalo. Nos la han dado sin hacer nada para merecerla. Hemos celebrado la Navidad desde la infancia: un lugar al que no volverás si todo ha ido bien. Una infancia feliz nos vacuna contra el infantilismo. Cuando creces, más allá de las tradiciones, el folclore, la decoración y el ambiente festivo de turrón y villancicos, se va decantando lo esencial. Paz en la tierra y amor sin condiciones ni distinciones. Esa sería la auténtica revolución. La antítesis de tantas cosas malas que vemos y sentimos. La globalización de: «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28).

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Xi Jinping, el presidente de la República Popular China, ha visitado España invitado por el Rey Felipe VI. La prensa publica una carta suya, dirigida a los anfitriones. Vale la pena leerla. Me quedo de piedra cuando cita a José Ortega y Gasset: «Solo cabe progresar cuando se piensa en grande, solo es posible avanzar cuando se mira lejos». Habla de una nueva era. No me extraña. Vivimos en un amasijo de contrastes: mientras unos intentan llegar a Marte, otros intentan llegar a fin de mes.