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He descubierto el pasado mes de septiembre que, en puridad lo que se dice saberlo bien sabido, no parece que sepa nadie lo que es un plagio. De momento, según convenga, resulta que Pedro Sánchez tiene un máster que según Eduardo Inda explicó en la Sexta, sábado 15 de septiembre, está lleno de plagios. Nos aburrió enseñando a la audiencia plagios y más plagios en el trabajo del presidente en su tesis doctoral de 2012. Luego lees en el «El País», que pasada la tesis doctoral por el programa Viper, Turnitín y Plagscan, sistema autorizado por gran número de universidades, no contiene plagio de otros autores; estamos hablando de tres sistemas ampliamente utilizados por universidades para detectar plagios. Eso no quita para darse cuenta cómo andan de control las academias y universidades cuando ahora, últimamente, más de 5000 correos han sido borrados del Instituto de Derecho Público, para ser exactos 5400 correos electrónicos fueron eliminados sin que estas sean las horas de quién o quiénes lo han hecho y el por qué. Quien lo ha hecho no lo sé pero si intuyo el porqué, porque comprometían a quienes los mandaron, a quienes los dieron por buenos. Salvadas sean todas las distancias, está pasando lo mismo de cuando se hunde un barco, que las ratas previamente lo abandonan.

Valiente y muy clara la columna de Almudena Grandes, contraportada de «El País» del lunes 17 de septiembre de 2018. Entre otras cosas dice: «Yo me autoplagio sin parar».

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Admirada Almudena, yo no es que me autoplagie mucho pero tengo que afirmar que no me veo por citar un párrafo mío diciendo acto seguido «como dice José Mª Pons Muñoz», pues aparte de absurdo, se me antoja una gilipollez. Claro que para algunos, cuando conviene no vacilan en cogérsela con papel de fumar olvidándose que en su ficha, donde antes ponía no sé yo cuantos títulos académicos, estos han desaparecido y ahora solo pone «estado civil, casado».

Qué ridículo afán de titulitis. Luego, a la hora de mostrar sus ciencias, dejan al descubierto el verdadero alcance de su orfandad intelectual. Tengo la satisfacción de tener una buena amistad con gentes que no tienen colgadas de una pared de su casa una sola orla como fin de una titulación académica y sin embargo tienen una cultura admirable, con conocimientos plurales que hacen que escucharles sea recibir un magisterio de cómo ir por el mundo pues han estudiado ampliamente con provecho en la universidad de la vida, y por si fuera poco sin mácula de corrupción pudiendo presumir de ser notarios de su honestidad, para mí, el más valioso de los másters.

Me da completamente lo mimos que un ministro tenga o deje de tener un máster. Lo que me importa es que valga para el cargo por el que le pagamos. Es como lo del color que tenga el gato, no me alegra la mañana porque sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones. En cualquier caso, ateniéndome a esa cifra de 5400 borrados de correos electrónicos del Instituto de Derecho Público, creo que en su cruz llevan la penitencia por querer presumir sobre lo que ignoran.