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Según el CIS, tres de cada cuatro sondeos se equivocan. El voto se ha vuelto loco: los resultados deparan sorpresas, disgustos y países ingobernables. Todo empezó con el descontento, la indignación y el chasco de la crisis. Los partidos políticos se han convertido en lugares cerrados, sospechosos y poco dados a la discrepancia. Podemos nos cogió desprevenidos.

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Un amplio sector se prendó de un líder dicharachero y sus amigos, jóvenes de rostro aunque viejos de ideas. Otro narcisista que se aferra al poder como sea, se hizo amigo del primero y dividieron al país por la mitad. ¿Y qué decir de Trump? Su victoria con ayuda rusa ya demostró que lo políticamente correcto produce el efecto de una olla a presión. Decir barbaridades es una catarsis cuando te sientes oprimido. ¿Y el ‘Brexit’? Otro desastre.

Eso de que hay que votarlo todo, incluso por encima de la ley, ha llevado a una situación de frustración que empieza a degenerar en violencia. Resulta que 400.000 andaluces votan a Vox. ¿Esto qué significa? Algunos hacen interpretaciones simplistas para echar más leña al fuego. El análisis sosegado de por qué el voto se ha vuelto tan radical hay que buscarlo en la zona oscura: en las necesidades, cabreos y miedos de la gente. Lo que muchos callan pero piensan o sienten. Mucha gente de izquierda ha votado a Vox. ¿Fachas? La incompetencia política produce monstruos. Las fuerzas destructivas avanzan. Y seguimos sin enterarnos.