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Parece cierto que, en vuestras sociedades europeas, existe un cierto descontento. Hay estadísticas, datos, cifras, estudios que lo revelan empíricamente. Los populismos emergentes serían un claro ejemplo de ello. El hombre europeo o el del Primer Mundo, en general, no están contentos. A pesar de contar –por lo menos en niveles altos de población- con infinidad de cosas, cosas por las que otros se dejarían cortar un brazo. Por conseguirlas todas o, incluso, por conseguir tan solo una de ellas. Basta asomarse a ciertos países para observar sus migraciones o a Etiopía -perpetuamente olvidada- o a... La lista sería interminable. ¿De dónde surge, por tanto, ese hartazgo, esa desazón, esa abulia del hombre afortunado que produce suicidios, depresiones, crecimiento de formaciones extremistas que procrean y medran a izquierda y derecha, el pesimismo en la juventud, etc...?

Tal vez –piensas ahora- nazca del hecho de que no únicamente el ‘bienestar’ entrecomillado –entendido como mera acumulación de comodidades y objetos- conduzca a la felicidad plena. De hecho, estáis acostumbrados a ver –aunque el ejemplo sea hiperbólico- a niños sonrientes viviendo en circunstancias desoladoras y viceversa. La dicha también huye del ser humano cuando se le ha desprovisto a este de valores, de un sentido a su propia existencia; cuando se le ha anestesiado con lo políticamente correcto; cuando la deidad –su deidad- ha quedado reducida a la belleza, pero únicamente exterior; cuando han dejado de anidar quijotes en su alma porque algunos se los habían mangado; cuando ha aparecido el hambre de metas; cuando, sibilinamente, se le ha hurtado de la utopía y cambiado por objetivos tan puntuales como huidizos; cuando la lucha por las buenas causas se le ha presentado como un acto propio de imbéciles y ha sucumbido, entonces, en el campo de batalla de la inanidad; cuando verdades y mentiras han dejado de diferenciarse, cuando en Silicon Valley –es un mero ejemplo- perviven, desde la opulencia y están los que, tal vez, dirijan verdaderamente el mundo, mientras en la Parroquia de San Bonifacio de ese mismo Valley –metáfora ejemplar de las desigualdades sociales- duerman, coman y sobrevivan centenares de indigentes diariamente; cuando...

Un caso paradigmático de lo dicho sería el de la política. Los ideales ceden ante las poltronas; la coherencia, ante los pactos surrealistas y antinatura; los intereses particulares ante la supuesta actitud de servicio; los argumentos ante los improperios... No importa con quien se acueste uno, con tal de que, a la mañana siguiente, despierte siendo presidente de algo... No en vano se dijo, y en frase ya muy manida, que esa, la política, hacía extraños compañeros de cama... ¿Y el pueblo? ¡Al pueblo, que le den...!

- Habrá excepciones...

- ¡Natural! –te contestas-. Pero suelen tener corta vida...

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Comentan que, en un futuro más o menos remoto, los robots formarán parte importante de vuestras vidas. No es necesario esperar –crees-. Ya están aquí. Y son los propios humanos, esos que, bien vestiditos, deambulan por el mundo, ya casi huecos, con su móvil de última generación y empleando su tiempo en chorradas impropias de adultos. Sin saberlo, son como una especie de esclavos de ese Silicon Valley, de ese mundo donde la tecnología es el nuevo becerro de oro y las humanidades algo a desterrar por molesto...

- No pienses –te dirán-. No sientas. Cubre tus necesidades y diviértete con estupideces de toda índole...

Efectivamente, como robots...

En Silicon Valley algunos se estarán frotando las manos. Ya lo hicieron, probablemente, cuando en los planes educativos de medio mundo las Humanidades fueron condenadas al ostracismo de la desvergüenza...

- No pienses –te iterarán-. No sientas.

No vaya a ser que, un día, te compadezcas de esos mendigos de San Bonifacio... Y, peor aún, decidas hacer algo...