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Jugar a parchís es muy divertido. Los dados son movidos por el azar y la suerte influye en el resultado final de la partida. Nos preocupa que nos maten y nos manden a la casilla de salida. Y encima cuentan veinte. El ajedrez es distinto: se basa en la capacidad de anticipar movimientos y en la estrategia frente al adversario. Hay que ir a por el rey, como Ada Colau. Pero requiere mucha inteligencia y cálculo, porque para ganar se pueden sacrificar los peones u otras piezas. El oponente se confía y tú, que parecías acorralado, puedes exclamar con toda tranquilidad: jaque mate.

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¡Cuánto paralelismo con otras situaciones humanas menos lúdicas! Hay quien fía sus asuntos al azar y solo espera a que le toque el turno. Vamos a tirar el dado, a ver si podemos seguir avanzando o nos cargamos a alguien de otro color por el camino. Otros prevén, piensan, reflexionan, anticipan las consecuencias de cada jugada. Ríe mejor el que ríe último. Se puede ser cortoplacista o estadista, creer en proyectos a largo plazo y en principios, o reaccionar por simpatías, antipatías y fake news. Me temo que los segundos ganan hoy por goleada. Muchos no se han percatado de que se está librando una guerra informativa de consecuencias imprevisibles.

Somos más del parchís que del ajedrez (no queremos pensar demasiado). Pronto nos jugaremos el panorama de los próximos cuatro años. Es el juego de la oca: de campaña a campaña y voto porque me toca.