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En una época de sobre proteccionismo severo para con los individuos y las individuas, qué bien viene cuando a uno le recuerdan que no es tan bueno como se piensa, como se cree o que incluso es malo. Ahora que está política y sensiblemente mal visto compartir algunas verdades más por no herir que por la razón que las carga, que alguien ponga freno a tanto despropósito me parece fantástico. Necesitamos que algún buen samaritano nos pare los pies.

Hace unos días un amigo me dijo: «Creo que te tienes que concentrar más en el trabajo, estás teniendo fallos porque no prestas atención». Le agradezco soberanamente esa sinceridad porque estamos sobre protegidos de la realidad de una forma casi obsesiva. «¿Qué pasa crack?», «Eres grande», «¿Cómo estás figura?» son algunas de las coletillas con las que nos encontramos en el día a día sin que seamos los mejores, ni tan buenos como quieren hacernos creer.

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Con los tiempos que corren parece que decir lo que debes está peleado con el hecho de decir lo que quieren. Me alegra, no lo negaré, cuando alguien me comenta que se ha pasado por este coto privado de ideas, se ha sentado a sa vorera conmigo y se lo ha pasado bien, pero todavía me causa más interés cuando otro alguien me asegura que no opina igual, que no le ha gustado y me lo razona, o que le ha aburrido. Ese rechazo me genera un reto, me motiva, me empuja a mejorar. Aunque, también te lo digo, no me obsesiona.

No creo para nada en el talento innato. Si uno logra ser bueno o malo en su trabajo, en su deporte o en su día a día es cuestión de voluntad, dedicación y empeño. Ser el mejor es la consecuencia de una serie de hechos completamente opuestos a los que son necesarios para ser el peor en lo mismo. Por ello todo depende de nosotros. En algún momento yo también quise ser futbolista y no me faltaron apoyos que me animasen a luchar por ello contra viento y marea, lo que sí que me di cuenta de que se me daba mejor escribir. Imagina cómo le pegaba patadas a un balón...

Más allá de que me consideren bueno, mejor o peor, está el hecho de tener la conciencia tranquila y ser realista. Si alguien me avisa de que me estoy relajando, de que debo concentrarme más, debo aprovechar esa oportunidad para analizar con perspectiva si tiene razón o no y ponerle la solución que considere oportuna. Llamadme raro, pero prefiero que me digan la verdad a que me edulcoren la realidad porque así me dan margen para arreglar aquello que chirría. Porque, si te soy sincero, al mundo le sobran cracks y le faltan buenos. Y buenas.