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Los avances electorales del CIS, la encuestadora orgánica, levanta ampollas y si no que se lo pregunten al presidente del PP, que teme aparecer cualquier día por debajo del Pacma. Hay nervios, un buen síntoma de que la cosa va en serio, que nos jugamos algo más que una final de la Copa de Europa.

No es, sin embargo esa encuesta desprestigiada después del petardazo en las elecciones andaluzas, sino la tendencia que marca, que es la misma que otros sondeos más independientes, respetables y creíbles. Eso y los riesgos derivados de una ley de reparto de los votos pensada para el bipartidismo, que ahora ha de arbitrar el multipartidismo.

Como todo el mundo, los periodistas antes que nadie, va a los resultados y omite datos importantes. El aumento de la oferta, a la que ahora se ha añadido Vox para dar otra sorpresa, provoca indecisión entre los electores, que cada vez retrasan más la intención de su voto. El 42,2% de quienes tienen intención de acudir a las urnas aún no se ha decantado por quién. Es decir, casi la mitad de los electores aún no ha dicho po no sabe qué siglas elegirá.

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Por tanto, el voto oculto es elevado, el dato que más llama la atención y, al fin y al cabo, el determinante de verdad. Es significativo además el proceso de motivación que suele realizar quien ha decidido acudir a las urnas. Su primera decisión es a quién no votar, aquel partido que le ha decepcionado, que no le da confianza o directamente que le asusta al ver su connivencia ideológica con fracasos estrepitosos como la URSS o Venezuela.

Otra encuesta de una emisora de radio advierte que el 78 por ciento de los electores va a votar no tanto por simpatía por un partido sino para frenar a otros.

Y un último apunte, la gente ha perdido el miedo a que le llamen facha, tan manido últimamente, se siente insultado porque no lo es. Y eso también motiva un determinado voto.