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Maquinitas que facilitan la vida en el hogar. Cada artilugio que se compra es como una inversión para la comodidad, para reducir el tiempo de trabajo doméstico, para el bienestar. Lo gracioso es que tienes que colaborar con ellas o ellos. Cuando lo compras puede que creas que lo hará todo y solo. Mi hermana estaba convencida que la thermo cocinaba sola, vamos que le ponías los ingredientes y ella lo pelaba, ponía los tiempos,... No hija, no. El responsable de las buenas o malas comidas no es el robot.

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Voy detallando las maquinas que se han instalado en nuestras casas: lavadora, ya no vas a la pica pública con la tabla de madera y el jabón de pastilla. Ahora programas el acabado y eliges temperatura y listo. Eso sí, hay que saber distinguir colores porque sino sale todo rosa. Secadora, en una isla como esta tan húmeda es imprescindible. Hay que tener cuidado y saber leer etiquetas de prendas porque sino encoje. El horno, como no midas los tiempos se te quema. La olla exprés, puedes quedarte sin agua si has puesto muy justa, y empieza a oler mal el guiso. La nevera tienes que estar pendiente de que los alimentos no caduquen. El microondas, todo lo que pones en él sale super caliente el plato, y su interior está frío. La yogurtera, hasta que te haces con los tiempos de cuajo sino salen los yogures con mucho suero. La tostadora, no te pases de número porque se te quema el pan. El exprimidor lo único fiable, aunque tienes que apretar la fruta, y luego limpiar aparato. La panificadora, no todas las recetas de pan salen perfectas. Vamos y ¡a mí me hablan de inteligencia artificial, y que nos van a ganar los robots! Pero si todo lo tengo que hacer con mis manos, y controlar los tiempos.

Lo gracioso es que ellos a su manera tienen su lenguaje. Si decides poner la mayoría de artilugios a la vez, y aún no te has familiarizado con sus sonidos de fin, puedes volverte un poco ‘tarumbeta’. O si los confundes, el summum. Como me pasó a mi hace poco, con la panificadora. Desde el salón escuchaba un pitido, entré en la cocina revisando cada uno de mis equipos eléctricos, y no conseguía averiguar de quién se trataba. Tuve que hacer aspavientos en la cocina -a saber si alguien desde la ventana me veía-, para saber cómo apagar ese ruidito. Ya me imaginaba que había un sensor vía terremoto o bluetooth escondido en algún rincón. Uf! Pasó casi un minuto, que se me hizo eterno cuando pude observar que era la panificadora. Y reinó el silencio hasta que mi hijo pequeño desesperado me insistía en que quería una manzana pelada. Y la mayor se lanzaba a la despensa a por frutos secos. Aquí no hay robot que valga, sigo siendo yo la que tengo que atender a mis pequeñuelos hambrientos.