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Me encantaría ver una exposición de fotos de la entrada y la salida de una escoleta o colegio, donde los niños de 1 a 5 años van acompañados de sus padres. Como no sé si algún día ocurrirá, voy a describir a modo de fotografía tres escenas que veo de ese escenario.

1ª foto. Es la sonrisa y la alegría. Los rostros de los niños se dibujan contentos, felices, con sonrisa ancha, los ojos bien abiertos. Algunos los achinan porque sonríen o se ríen. Los padres igual, los ves felices, concentrados y contagiados de lo que les transmite su hija, hijo. Y nunca interpelan con la mirada a otros padres porque van en su mundo de felicidad. Están tan confortables con ese momento que deciden ensimismarse por si dentro de poco se tuerce la cosa.

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2ª foto. Es cuando el niño se ha torcido. Sus neuronas han chocado haciendo saltar chispas y pone cara de pocos amigos. Aprietan los labios haciendo morritos, fruncen el ceño, hinchan sus naricitas, achinan los ojos hundidos por sus carrillos colorados. Y los padres, ¡ay! Están en el enfado de su hijo y tampoco conectan o interpelan la mirada con otros padres. Como diciendo «ya tengo bastante para juicios de valores». Aprietan los dientes y los labios. La mirada se dirige al cielo, sin rumbo. Y soplan, o resoplan torciendo la boca para que salga el aire más profundo de su paciencia. ¡Ya no saben cómo contentarles! las palabras con buenas formas no valen, ni los sobornos con su comida preferida. Solo queda coger al niño en volandas y entre berridos los padres, y madres salen apresurados por el pasillo del colegio.

3ª foto. Es la fase reggae. La que intento no reírme, de lo cómica que es. En esta tercera foto se juntan los dos ánimos de las anteriores en los críos. En cambio los padres esta vez sí que buscan la mirada de otro adulto para consolarse, o para decir sin palabras «bueno, esto es lo que hay. Y me entiendes». Y el otro adulto con solo la expresión o mirada, ya le está respondiendo «si, lo sé. Yo también lo estoy viviendo. O he pasado por ello pero ahora pásalo tú». La defino como reggae, los padres son capaces de reproducir la música «Nanana» de Bob Marley mientras cogen de la mano o van detrás de sus hijos desencajados por la payasada o la gracia del día; o hacen la gamberrada o la llorada. Es cuando los rostros ya no son similares de padres e hijos. En los niños, las muecas son diversas: abriendo la boca y soltando todas las vocales del lloro, o que están felices saltando de manera payasa hasta caerse. Mientras los padres están en la nube de la indiferencia, sus caras son especiales, tildadas de naïf. Sonríen, con la misma sonrisa que te puede hacer un asiático que no sabes si está diciendo lo bello o feo que es el día, y siguen cantando «Nanana» hasta llegar a destino.