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Era el día del trabajo y hoy se ha convertido en el día del sindicato político. En la presentación el lunes de la tradicional marcha por las calles de Mahón se oyeron pocas explicaciones sobre la situación de los trabajadores, el empeoramiento de sus condiciones laborales, el sablazo salarial que han sufrido en la última década, la precarización del mercado de trabajo, el paro juvenil y tantas otras preocupaciones del que trabaja y, sobre todo, del que no tiene empleo.

Se habló bastante, sin embargo, de política aprovechando la coincidencia electoral y la preparación de nuestros líderes sindicales para decirle a Pedro Sánchez con quién ha de gobernar. En la manifestación de hoy un importante porcentaje de la asistencia la formarán cargos y candidatos a las elecciones del domingo 26. Hay una sinergia evidente entre los intereses de unos y otros, que evocarán la raíz común de UGT y PSOE, la relación que siempre ha unido a Comisiones Obreras con el PCE y la evidente identidad entre los minoritarios con partidos también minoritarios.

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Desde que los sindicatos han servido de coartada al sistema para formar parte de órganos directivos de cajas de ahorro, de fundaciones públicas y de consejos de administración, desde que cambiaron la influencia por el poder de decisión sobre expedientes laborales, desde que algunos sucumbieron al manejo turbio de los fondos europeos para la formación, desde que dirigentes sindicales utilizaron el sindicato como trampolín para el cargo público, desde que, en fin, confundieron los papeles, tienen más de grupo de presión.

Han carecido de esa transversalidad tan de moda en el mundo laboral, defender al trabajador -no solo al funcionario- con independencia de ideologías. Pero, en su papel, son necesarios. Como aquel Nicolás Redondo que cuando hizo falta convocó una huelga general al partido hermano.