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Acto primero:

que hubieran podido en el pasado evitar que los gobiernos tuvieran que depender de los nacionalismos (quienes, teniendo por cierto todo el derecho del mundo, velan obviamente por sus intereses, no necesariamente por los tuyos, amable lector), cuando las exigencias de estos eran inconvenientes, injustas o incluso ilegales, declinaron actuar en consecuencia y prefirieron zancadillear al gobierno de turno aunque ello supusiera un mal para el país, y en muchos casos para sí mismos.

Las aves, pletóricas, despliegan plumaje tras los atriles en sendos debates electorales llenos de glamour. Perimetran territorio propio, no orinando como los perros, sino marcando paquete, aireando algún trapillo sucio ajeno, acusando al embustero de mentir al mentiroso, exhibiendo gadgets, como fotos enmarcadas, ejemplares de la constitución, libros, gráficos de colores...

Acto segundo:

Plumas por el suelo. La pelea de gallos ya finalizó. Tras el paso por las urnas emerge un claro ganador que, una vez proclamado macho alfa, recibe - de una tacada- un subidón de autoestima, un coro de aduladores del entorno íntimo derramando alabanzas sobre sus laureles y un alborotado regimiento de militantes equipados con inquebrantable entusiasmo y flameantes banderines con los colores del club, que no tardarán (o mucho me equivoco) en comprobar que no era oro todo lo que relucía.

Mi sincera enhorabuena al valeroso paladín que tras resucitar de entre los defenestrados de la tierra embistió con inusitado coraje, dejando a sus pasmados enemigos con dos palmos de narices. Mis no menos sinceras condolencias a los que fueron a por lana y volvieron trasquilados (qué conmovedor plano tan cinematográfico - no sé si de Tarantino o Berlanga- el de Casado y los dos hombres de luto que le flanqueaban durante su comparecencia en la noche electoral. Solo se echó de menos en la escena una foto de Aznar en la pared presidiendo el patético oficio, a modo de caudillo patrocinador del descalabro).

Reflexión ínter actos:

Los egos inflamados, como los ganglios, crean a veces problemas. Recordemos por ejemplo que si a Albert no se le hubiera hinchado tanto el ego cuando hace meses las -a menudo engañosas- encuestas le aupaban al podio, quizás podría haberse sumado a la moción de Sánchez y hacer con ello innecesaria la incorporación de los nacionalismos (con quienes tanto sufre) al parchís.

Otrosí, si ese superego inflacionista que habita (o habitaba) en Iglesias no le hubiera inducido a venirse tan arriba como para ir repartiendo ministerios entre sus leales antes de matar al oso, y hubiera permitido con su abstención mandar a Rajoy a su notaría desde el minuto uno de la legislatura que no fue, nos habríamos ahorrado un montón de disgustos, y además (es una hipótesis) él hubiera tenido la oportunidad de lucir sus cualidades políticas (que las tiene, presumo) y presionar para conquistas en el área social mucho antes, y de manera más limpia de lo que lo ha hecho después.

Pero del mal que produce un ego sobredimensionado no se da uno cuenta hasta que es demasiado tarde para volverse atrás.

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Ahora el peligro se cierne sobre el caballo ganador. ¿Se volverá quijotesco?

Acto tercero.

En este acto (el de las alianzas) comprobaremos cómo el bien del país (expresión que veremos en boca de todos los gallos) pasa -en el mejor de los casos- a un segundo o tercer plano.

Si la estabilidad fuera un factor importante para la economía, jamás será considerado por los muñidores de pactos un bien tan urgente como para alterar sus planes personales o de partido a medio o largo plazo.

Quién crea que los pactos, las alianzas, las coaliciones... tendrán como objetivo el bien común, que levante la mano.

Deseo de corazón que los que tenéis la mano levantada tengáis la razón pues en ese caso el premio no os caería solo a vosotros, sino a todos.

Por mi parte (deseo de corazón estar errando) me huelo lo peor.

Todos los actores

Esto (o mucho yerro) volverá a pasar. El cuadro de Goya en el que dos paisanos enterrados hasta las rodillas se muelen a garrotazos sintetiza bien mi visión.

Fin del tercer acto.

Continuará.