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Son los vaqueros del actual escenario político: El Guapo, El Feo, El Malo, El Rápido y El Fantasma.

Pedro Sánchez no solo gusta al corresponsal de «The Guardian», sino que se nota que se gusta a si mismo, como quien engrandece su leyenda de superviviente de duelos a muerte. Puede con todos. Elegido para ser el sheriff, se pasea silbando mientras exhibe las espuelas nuevas. Hay uno en el pueblo que se ofrece para ser su ayudante y vigilar los calabozos, donde quiere encerrar a los miserables que se esconden en las cloacas.

Se llama Pablo Iglesias. Llegó con la idea de revolucionar la villa, acabar con el prestamista, convertir la iglesia en la casa del pueblo, pero algunos han tenido miedo de que cierre la taberna y ya no confían. Que tenga una casa con jardín de cactus y abrevadero para varios caballos y yeguas, además con hipoteca, parece que le incapacita para la revolución y le obliga a pedirle trabajo al sheriff.

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Pablo Casado quiere hacerse con la comisaría, pero no ha sido muy bien recibido por los vecinos. Tiene amigos que cabalgan con él que parecen peligrosos. Su familia tenía demasiadas buenas relaciones con el prestamista que se fue con el dinero y eso cuesta de perdonar. Un sheriff retirado, que tiene una asesoría para adivinar el futuro, se empeña en darle consejos. Quiere un duelo pero le faltan balas.

Albert Rivera es un joven intrépido, que se ha empeñado en ser el guardián de la bandera del pueblo. Su ilusión era reunir a los más aguerridos, galopar con ellos y reducir un poblado indio cuyos habitantes se dedican a pegar patadas a una pelota de cuero para meterla en un rectángulo con red y en el tiempo libre ponen papeles en una cajita. Nada peligroso pero todo muy raro.

Al pueblo ha llegado un nuevo pistolero, Santiago Abascal. No quiere hablar con los otros, solo a los suyos, a los que inflama en la taberna. Da más miedo que los indios.

Ahora todos están pensando a quién llaman para tener una reunión y hablar a ver «qué hacemos por los vecinos que nos miran».