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Hace unas semanas, Lucía Méndez reconocía lúcidamente en «El Mundo» estar llena de complejos: «Creo que ciertos complejos garantizan la vida en sociedad de forma civilizada. Me alucina que el sincomplejismo sea tendencia en la vida pública. Ahora se miente sin complejos. Y si no dices burradas ni insultas a nadie, eres acomplejado, débil, blandengue, cobarde y pusilánime. Un descarriado del diálogo. Un moderado de mierda...».

Repito la cita porque la situación sigue siendo delicada, apenas se habla de ello (en los recientes debates de las elecciones generales ni se mencionó la palabra Europa) y no parecen preocupar los ultras Salvini, Orbán, Farage ni, en menor medida, nuestro reconquistador Abascal, quien no ha colmado las expectativas electorales suscitadas... ¿Somos conscientes de lo que nos jugamos en las elecciones europeas? Desde luego a esos caballeros mencionados no sé si les preocupa pero sí que les ocupa disolverla en naciones fuertes, o sea, acabar con Europa como proyecto de vida en común, superador de viejos desencuentros.

No es la primera vez que Europa sufre intentos de desestabilización. Ya hubo una reacción romántica (vuelta a las tradiciones, a la religión, a la lengua propia) cuando Napoleón trató de imponer a sangre y fuego los valores revolucionarios basados en la Ilustración, de vocación universalista. Lo decía con escalofriante claridad Ernst Moritz uno de los poetas románticos prusianos: «Quiero el odio contra los franceses, no solo en esta guerra sino por largo tiempo... Que brille este odio como la religión del pueblo alemán, como un delirio sagrado en todos los corazones...». Pues este tipo de ensoñaciones identitarias está volviendo al corazón de Europa, como nos recordaba JA Rojo en «El País», y para combatirlas y canalizar la vida política hemos ido construyendo entre todos instituciones europeas sólidas y procedimientos democráticos.

Y es que el peligro no está, como nos quieren hacer creer, en los progres ni en los equidistantes ni en los dubitativos, en fin, en gentes acomplejadas sino en ese pensamiento macizo, de una pieza, «sin complejos», basado en la dialéctica del amigo-enemigo, la interpretación de la sociedad en clave exclusivamente economicista, la demonización de los inmigrantes, la alergia a los designios científicos (cuestión especialmente grave en lo que hace referencia al cambio climático), y a cualquier reflexión fundamentada que cuestione sus prejuicios, el mismo ladrillo intelectual que entroniza la emotividad y su corolario, las indisolubles fidelidades a banderas y naciones de toda la vida (my house first).

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La confluencia de movimientos populistas ultraconservadores en Europa, que controla y coordina, no lo olvidemos el ideólogo de Trump Steve Bannon desde el monasterio italiano de Anagni, pretende corroer los valores democráticos que la han cimentado a lo largo de la historia. El uso masivo de posverdades, el fomento del miedo, el cuestionamiento de los avances del feminismo, el alejamiento de los valores europeístas de libertad, cooperación y solidaridad, son los principios de estos grupos. Es una ola reaccionaria de alcance mundial que acaba de llegar a nuestro país y que contamina a partidos tenidos hasta ahora por moderados.

Ante unas elecciones europeas de tan profundo calado, los acomplejados debemos perder el miedo a entrar en escena, como hicimos en las generales, y plantar cara a los desacomplejados reconquistadores de verdades eternas porque nos jugamos el futuro. Nos ha costado demasiado llegar hasta aquí para ahora echarlo todo por la borda. Naturalmente lo tenemos peor que nuestros adversarios, cuyos programas son un compendio de pulsiones alejadas del córtex cerebral que nos hace humanos, pero no por ello hay que renunciar al análisis riguroso y a votar en consecuencia por opciones inequívocamente europeístas.

Los acomplejados sabemos que Europa no es el problema sino la solución y estamos convencidos de que en los próximos comicios nos jugamos los múltiples avances democráticos conseguidos en las últimas décadas, en políticas de igualdad, libertades públicas y solidaridad; vamos a elegir entre una Europa abierta o autárquica, cosmopolita o cerrada y ultranacionalista. Si gana el sincomplejismo puede ser el germen que lleve a la destrucción del ideal de la Europa abierta, inclusiva y solidaria que un día soñamos y a la que finalmente conseguimos acceder con todos los pronunciamientos favorables gracias a la fecunda colaboración entre políticos de signos diversos.

Y termino con la misma proclama de hace unas semanas frente a las elecciones generales: Moderados, equidistantes, pusilánimes, dubitativos en general, depositemos de nuevo todos nuestros complejos en las urnas. Las elecciones europeas son fundamentales para consolidar un proyecto solidario de paz y progreso. Make Europe great again.