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Salen los caballos de sus establos y pastos habituales para vestirse de fiesta. Tal vez intuyen que se avecina el jaleo. Epicentro donde toda la algarabía se mezcla y se concentra.

El alcohol contribuye a difuminar líneas divisorias por un rato. Acordamos una tregua para la rutina y sus controles horarios. Se reproduce cíclicamente una representación colectiva de sociedades antiguas, sobre las que descansa el presente, donde la gente intentaba sobrevivir a su manera. Pero hemos ido perdiendo conciencia histórica. Vivimos en un presente contínuo, egocéntrico, casi como criaturas. Interpretamos el pasado según los parámetros y esquemas actuales, porque somos incapaces de ponernos en su lugar. Queremos que ellos, los que ya se fueron, se pongan en el nuestro y se comporten como pensamos ahora. Porque nos creemos mejores.

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Los caballos siguen su guión. Calor y sudor riman con bebedor. Brindemos. Por nosotros. Ya hemos alcanzado los pactos y todo está repartido. Dejemos el mal rollo habitual para después de las fiestas. Ahora entramos en el verano de todos los veranos.

El arte piensa anidar en la Illa del Rei. Señal de que se han creado las condiciones para que la migración se produzca. La civilización avanza frente a la barbarie, la desidia, el espolio del patrimonio y la crítica destructiva y estéril de los resentidos. Se enciende la fiesta, la música en la calle, el erotismo que todo lo atrae y lo distrae. Empieza el jaleo.