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Dicho ha quedado por parte de Susana Mora y de Maite Salord que lo importante es servir a la sociedad desde el cargo público, independientemente de si es la Presidencia. Si realmente fuera así, se entiende mal la pugna que obstaculiza el acuerdo entre ambos partidos por ocupar el puesto más importante del Consell, los hechos contradicen las palabras.

El mercado de los acuerdos de gobierno tiene sus reglas. La primera es lograr el poder a través de acuerdos cuando el resultado ha sido insuficiente para gobernar en solitario. La segunda, sacar el máximo rendimiento. La tercera, más vale un mal arreglo que un desacuerdo.

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A estas alturas nadie duda de que las circunstancias les obligan a entenderse, aunque solo sea por despejar el futuro laboral inmediato. Y las dos partes saben también que acabarán cumpliendo la tercera tanto por la tradición compartida como por el interés mutuo.

La tensión está en la silla, dicho así para simplificar el consabido -perdón por la reiteración- quién se lleva qué, clave de la política. Lejos de ser nueva, la situación es la misma que hace 12, 16 y 20 años. Gana uno pero entre el dos y el tres suman más escaños y hemos asumido que la interpretación de la voluntad general es la unión del dos y del tres. Nada ha cambiado, salvo el precedente de 2015.

En esa ocasión, Més y Podemos, con el subidón de ser tercera y cuarta fuerza en representación, anunciaron que serían el gobierno. Daban por hecho el apoyo socialista mudo, el PSOE había cosechado el peor resultado de su historia, estaba en horas bajas (aunque tenía más votos) y, por principios, tenía que alinearse con sus socios de siempre. Las circunstancias son diferentes ahora, los socialistas no son el socio pobre, cambiaron de líder y Susana Mora ha llevado el partido del fondo a la cima. Y eso cotiza.