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A diferencia de otros, yo me he presentado a unas elecciones y he sido elegido presidente con una mayoría suficiente como para no tener que sentarme a negociar con nadie, ni hacer ningún paripé. Además, lo recuerdo como si fuera ayer. Sentí como recibía el apoyo de todo mi electorado, como me habían votado propios y extraños, como todo el mundo apoyaba mi fantástica capacidad de gestión. Mi intuitiva habilidad para adelantarme a los problemas. Yo fui presidente... de los alumnos del Instituto Pasqual Calbó.

Si me preguntas, amigo lector, a qué se debió mi primera incursión en la vida electoral, te seré sincero y te responderé que no tengo ni idea. No tenía ningún tipo de ambición, aspiración, ni proyecto ni nada de nada. Creo que fue una apuesta o algo similar en un rato de recreo más aburrido de lo normal. Alguien me debió retar, a mí, que por entonces era un estudiante fatal y bastante despistado. Acepté, me presenté no sé muy bien a qué y gané por delante de gente que lo hubiera o hubiese hecho mejor. Tuve la suerte de contar con una vicepresidenta muy responsable y que tiraba del carro. Real como la vida misma.

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Creo que ese fue uno de los primeros ‘troleos’ que se han vivido en unos comicios. El pueblo, que es sabio, elige al candidato en función de una serie de cuestiones. Por un lado, intereses personales. Por otro, la capacidad de convicción del aspirante y la confianza que se pueda ganar. En mi caso, juraría que me votaron para demostrarle al equipo directivo lo poco o nada que le importaban esas elecciones. Si no, no se entiende que apostasen por el más malo que había.

No recuerdo muy bien cuáles eran mis funciones, de hecho, lo único que me viene a la memoria es una reunión con el director en el que me pedía que, por favor, me lo tomara en serio y una entrevista que me hicieron para la radio. No sé ni cuánto duró mi mandato, imagina.

¿Sabes qué pasa? Que a veces, cuando eres tan mal presidente y ves que todo sigue su curso, la sensación que te queda es que en realidad tampoco hace falta que estés ahí. Que eres bastante prescindible y que, si eres incapaz de cerrar un acuerdo que te permita gobernar sin venderte o vender aquello que representas, lo mismo sería mejor que te echaras a un lado. Aporta o aparta.