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En esta vida, todo lo bueno se acaba, también las vacaciones. Hay situaciones que queremos que terminen de una vez y su continuidad es como una pesadilla. Pongamos por caso, el que no haya gobierno todavía ni un horizonte claro hacia el que podamos navegar confiados. En cambio, aspiramos al alargamiento de otras situaciones como un chicle. Se me ha hecho corto, decimos. Se ha ido en un pispás. Visto y no visto. Tempus fugit.

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Ya tenemos otra vez la operación retorno en marcha, en la cual se nos pide que extrememos la precaución al volante. Hay que volver sanos y salvos. Millones de veraneantes regresan a sus casas, trabajos y ocupaciones, cansados de tanto descansar. A ver qué nos depara el nuevo curso. Unos esperan la sentencia, otros la violencia, otros los presupuestos y los demás, los impuestos... todo llegará.

Nietzsche nos invitaba a vivir la vida de manera que el eterno retorno no sea un problema. Pero no se refería a las convocatorias de elecciones. Nadie quiere repetir curso. Es preciso estudiar y aprender cosas nuevas para seguir adelante. En este sentido, somos bastante holgazanes y lo dejamos todo para el último momento. Siempre podremos decir que el profesor nos tiene manía. Echar balones fuera es nuestra afición preferida. La culpa es de los otros. Nos tienen oprimidos, frustrados, soliviantados. No nos dan dinero o le dan más a los otros. No hay derecho. Somos muy dados a berrinches y pataletas.