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No es casual que tengamos diez dedos en las manos con sus correspondientes diez primos en los pies. El ser humano es un animal hecho para tocar, con una curiosidad de serie brutal que condimenta con una habilidad innata espectacular para tocar. Una capacidad que desarrollamos desde bien pequeños y que vamos perfilando a medida que soplamos espelmas. ¿Que no?

Te invito, amigo lector, a retroceder unos años en el tiempo. ¿Recuerdas la primera vez que descubriste que el fuego quemaba? ¿O que por muy simpáticos y ergonómicos que te parecieran los agujeros de los enchufes no estaban hechos para meter los dedos? ¿Eres capaz de recordar ese gran cartel que decía «Prohibido tocar» y que acompañaba a una figura muy delicada, un aparato caro o, simplemente, una composición artística en un supermercado con una cincuentena de peras, manzanas, naranjas o lo que fuera colocadas estratégicamente?

¿Y qué pasó? Que tocamos. ¿Y qué aprendimos? Que no se tenía que tocar. Ya fuera a base de una quemadura, de un chispazo o del imparable golpe ninja de la chancla, en ese momento supimos que cuando no se debe tocar, no se toca. Porque puede pasar cualquier cosa. Y si no, que se lo digan al paisano que, literalmente, la lió parda hace unos días en el Aeropuerto de Munich, provocando la cancelación de más de un centenar de vuelos, que se desalojara parte del edificio y el caos correspondiente.

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¿Qué hizo? Tocar. Te resumo. Se fue a Tailandia de vacaciones y a su regreso, en la escala en Munich, se desorientó un pelín el muchacho. El español de a pie, como no es muy de preguntar, prefiere ir improvisando hasta que encuentra la solución más satisfactoria o el percal se vuelve incontrolable. Pasó lo segundo. En un despiste, a la hora de salir del Aeropuerto se equivocó de dirección y acabó regresando a una zona en la que decidió cruzar una puerta que lo llevaba a una zona restringida y que se abría tocando un botón.

Se desató el pánico. El protocolo que se activó –y los alemanes son muy de seguir el protocolo- estan a la altura de una especie de ataque terrorista y el español, pobre, cuyo mayor pecado fue tocar, acabó tragado por la marabunta que despertó su sencillo gesto.

Y mientras tanto, aquí nos reímos. Sabes –y no me cabe la menor duda- de que tú y yo también habríamos tocado y puede que incluso varias veces. Me recuerda a esa vez en el Aeropuerto de Barcelona, con un grupo de amigos en el que acabé cogiendo un micro que estaba sin vigilancia y soltando algunas paridas que dejaron descolocado a más de uno. Por suerte, la policía jamás me encontró, aunque me oyera, por ejemplo, entonar algunos versos de ‘Un senyor damunt un ruc’. A mi favor diré que no había ningún cartel que dijera «Prohibido tocar».

dgelabertpetrus@gmail.com