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Con la joven fallecida por apuñalamiento el miércoles en el Port Olimpic son ya 13 los homicidios ocurridos este año en Barcelona. Tan elevada cifra es la constatación de la peligrosa deriva que ha tomado la capital catalana de un tiempo a esta parte con la reiteración de robos, peleas y tráfico de drogas que están modificando lamentablemente la imagen que siempre ha proyectado al exterior la hermosa capital catalana.

Vemos a diario imágenes de peleas callejeras con arma blanca en pleno centro de la ciudad, mientras los vecinos reiteran sus protestas ante la creciente inseguridad que también sufren los turistas poniendo en peligro una fuente de trabajo e ingresos fundamental para todos.

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Se trata de la degradación imparable que sufre Barcelona como consecuencia, en gran parte, de los esfuerzos que ha destinado el gobierno de la Generalitat a sus anhelos secesionistas, mientras el municipal de Ada Colau es incapaz de redirigirla para que sus habitantes vivan tranquilos. Pretende, en su inocua hoja de ruta cuyo resultado no puede resultar más desalentador, convertir la gran urbe en la portavoz de sus inquietudes independentistas y, en definitiva, en la capital de esa república imaginaria.

La propia alcaldesa argumentaba esta semana en un vídeo difundido en las redes sociales que la repetición del mensaje de la falta de seguridad en Barcelona es una estrategia para atacar a su gobierno. De paso cargaba contra el conseller de Interior de la Generalitat, Miquel Buch, porque el Ejecutivo autonómico tiene las competencias en materia de seguridad, y también contra la fiscalía del Estado por no haber acudido a las últimas reuniones de la junta de seguridad. Eso sí, aseguraba que el Ayuntamiento trabajaba para reconducir la situación. Menos mal. Pero mientras tanto la delincuencia progresa y Barcelona ya no es lo que era.