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Se echa de menos ya a estas alturas, apenas un mes después del verano, pasear con parsimonia por el centro de Maó, especialmente los martes desde el atardecer hasta cerca de la medianoche cuando las calles presentan un aspecto colosal. Ocurre entre finales de junio y las fiestas de la Mare de Déu de Gràcia.

Menorquines y turistas conviven en armonía, mimetizados con la atmósfera quieta del momento aunque no todos estén disfrutando de vacaciones. En el anterior estío hemos vivido la novena edición de las «Nits de música al carrer», en la ciudad mahonesa, reactivada estos últimos años en la plaza de España con un mercadillo que impulsa los establecimientos de alrededor, incluida la Plaça des Mercat, ahora ‘ocupada’ por centenares de veraneantes.

La proliferación de terrazas y la variada oferta musical derivan en una actividad que cumple una doble función: genera un gran ambiente para residentes y visitantes y proporciona clientes a los restauradores del casco antiguo de la ciudad, como sucede también en la mayoría de poblaciones de la Isla un día determinado a la semana.

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O sea que es difícil, por no decir casi imposible, encontrar algún elemento que cuestione esta especie de celebración semanal en el verano de la ciudad mahonesa. Pero lo hay.

Algunos locales pretenden obtener un rendimiento mayor, excesivo, sin pararse a considerar que somos los menorquines la clientela pretendidamente fija de todo el año. Un ejemplo: un bar con mesas exteriores y vistas elevadas al puerto es capaz de cobrar 19 euros por un gintonic y un mojito. No es una sala de fiestas, ni un local selectivo de copas en la terraza de un edificio como están tan de moda, actualmente, incluso alguna mesa cojea y hay sombrillas demasiado deterioradas.

Hay que lidiar con ello, es lo que hay, pero resulta exagerado para muchos bolsillos.