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No hay nada más incómodo que el sonido de un teléfono móvil cuando estás en un lugar que requiere silencio. Lo es para quien lo escucha y normalmente para el autor del descuido, que se ha olvidado de silenciar el aparato, aunque hay quien no se siente para nada avergonzado e incluso se entretiene mirando sus mensajes. Si la cuestión del móvil, de las lucecitas, los bips, vibraciones y músicas varias ya es una lata en el cine -por no hablar de que los conciertos en directo ya no puedes verlos si no es a través de la pantalla de las personas que tienes delante, porque todo el mundo tiene que grabar algo-, es mucho peor en el teatro. Ahí no solo estás molestando al resto del público sino también a los actores, y se pueden incluir por supuesto otras disciplinas, bailarines, músicos o monologuistas, da igual. El teatro es en vivo y en directo, un concierto también, se está creando, sus protagonistas requieren la máxima concentración, porque no hay nada enlatado. Es una doble molestia, hacia los vecinos de butaca y hacia los profesionales que están sobre el escenario.

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Pues sigue sucediendo, ocurrió recientemente en la obra de José Sacristán en el Teatro Principal de Mahón y antes lo sufrieron otros pesos pesados de la escena; el tema del ruido que emerge de las salas y sobre todo el de los móviles, ha sido objeto de reflexión de algunos actores, como Ricardo Gómez, quien después de siete meses de gira con Juan Echanove se preguntaba en un artículo de opinión «¿de verdad no podemos apagar el móvil en el teatro?». Existe decepción entre los artistas por esa incapacidad de desconexión que exhibe el público, y que les dificulta a ellos dar lo mejor de sí, rompiendo toda la magia del momento. Un monólogo o un solo improvisado de un instrumento son irrepetibles.

Pues parece que cada vez se aprecia menos, y a la larga tendrán que tomar decisiones drásticas, ya que los avisos no sirven para nada; tratarnos como a los niños, a los que se les prohíbe encender el móvil en clase. Qué mal ejemplo para ellos, que nos tengan que obligar a los adultos a dejar el telefonito en taquilla, tanto cuesta ponerlo en ‘modo respeto’.