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Rebeca Álvarez, psicóloga de la Fundación Luz Casanova, de Madrid, organización no gubernamental que presta ayuda a personas sin hogar y mujeres y menores víctimas de violencia de género, asociaba hace unos días en este diario el incremento de la violencia sexual con el consumo de pornografía en internet desde edades muy tempranas.

Los numerosos casos recientes de violaciones grupales ofrecen elementos para la reflexión que alimentan las conclusiones a las que han llegado Rebeca y otros muchos compañeros de profesión para hallar una explicación sobre la violencia en el sexo, cuya máxima expresión puede situarse en este tipo de abominables agresiones corales. Las violaciones en manada tienen que ver con la información irreal que llega a través del ordenador o cualquier otro soporte digital desde que los menores apenas tienen uso de razón. El fácil acceso a contenidos pornográficos genera una confusión en niños, adolescentes e incluso jóvenes que a la larga puede derivar en actitudes y hechos delictivos.

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La ficción de los vídeos que muestran a la mujer sumisa tiende a confundirse con la realidad si quienes los ven carecen de una educación sexual previa que les aleccione para distinguir lo que es verdad de lo que es una mera representación ante la cámara que no se corresponde con la práctica normal.

La solución es compleja porque no hay manera de impedir el acceso a los contenidos audiovisuales que circulan por internet por muchas prohibiciones que pongamos. Sin embargo, vista la reiteración de casos de violencia sexual solo desde la educación pueden preverse otro tipo de comportamientos entre los más vulnerables. Los patrones en la sexualidad deben transmitirse ya desde el inicio de la educación infantil, incluso desde antes. Igual que los menores aprenden muy pronto que la violencia física es negativa, deben asimilar que la violencia sexual también lo es.