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Vivir del campo es, en palabras de Delibes, ir muriendo día a día, poquito a poco, inexorablemente. Hoy realmente, se sobrevive, que significa vivir con escasos medios o en condiciones adversas, según la definición académica.

Por eso el mundo rural levanta la voz, porque no quiere ir muriendo poquito a poco, porque quiere dignidad, ganarse la vida con su trabajo y sus productos, sin subvenciones.

Es el sector que produce, transformado o no, lo que comemos cada día, por eso le llaman primario, porque es el primero de todos, antes que ningún otro.

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El ir muriendo poquito a poco lo reflejan los datos, el peso de la agricultura en el conjunto de la economía española está en caída progresiva y actualmente representa el 2,7 por ciento del productor interior bruto y, pesca y ganadería incluidos, el 4 por ciento del empleo. No obstante, si se le suma la industria agroalimentaria y el transporte y la distribución, el dato se va al 10 por ciento de la producción nacional, un porcentaje que le sitúa a la altura de la industria automovilística.

Ojalá se tome en serio la protesta, vinculada a la España vacía y a la Menorca que cada año pierde media docena de explotaciones. Sin actividad agraria tampoco hay campo cultivado y el paisaje se transforma y deteriora, adiós a la postal turística a la que el medio rural aporta su esfuerzo.

El mundo agrario es un sector estratégico, articulador de la cohesión social y de la protección del territorio, mucho más que un segmento económico.

El problema no es, como oí unos lustros atrás, que los hijos de los payeses de hoy en vez de seguir el oficio de sus padres querían ser ingenieros agrónomos y estudiaban para ello. La esclavitud se acabó hace tiempo y lo que se reivindica es simplemente dignidad y poder vivir del trabajo.