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Durante los días que llevamos de encierro en casa para aislar el coronavirus se vienen sucediendo multitud de mensajes y videos por whatsaap de lo más curioso. Muchos inciden en el atractivo irresistible de lo prohibido. En la edad adulta necesitamos demostrar que somos dueños de nuestra vida y que nadie debe sobreponerse a nosotros.

En estos momentos en que está ‘prohibido’ salir de casa incluso los más caseros sienten la necesidad de traicionar lo aconsejable, coger la bolsa de la basura, el perro, ir al supermercado, a la farmacia o adonde sea con tal de patear la calle, por otro lado medio desierta o desierta del todo. De ahí los mensajes que exigen libertad, como si no pudiéramos abstenernos de movernos ni siquiera cuando existe la amenaza de una epidemia poco menos que medieval.

Libertad, esa es la palabra, o el nombre. Todos pensamos con Paul Éluard: «En mis cuadernos de escolar, en mi pupitre, en los árboles, en la arena y en la nieve escribo tu nombre… libertad». Según el diccionario libertad es la «facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos». Pero si alguien decidiera infectarse del virus no sería consecuente con la definición de libertad, porque podría infectar a otros de modo irresponsable.

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El diccionario también dice que libertad es el «estado de quien no está preso». Y muchos, a juzgar por los chistes que corren, se consideran en estos momentos presos en su casa.

Esto me lleva a recordar que en el año 1993, cuando era «escritor del mes» me llevaron a dar una conferencia a la cárcel de Cuatro Caminos. Creo que ni siquiera había nombrado la palabra libertad cuando se levantó un preso y dijo: «¿Oiga, quefe, cómo sale uno de aquí?». Estuve a punto de decir: «Por la puerta», pero pensé que me iban a abuchear.

Las puertas se cerraban automáticamente, los presos eran llevados a la sala de conferencias en grupos reducidos, el chófer me había dejado ante la entrada, para ir a cumplimentar las diligencias de ingreso, y había venido un guardia a apuntarme con una metralleta para que quitara el coche de en medio. Dije que ahora venía el chófer y me apuntaron directamente al corazón. «No lo voy a repetir». Bajé del asiento trasero, cogí el volante y aparté el coche, pese a que era un modelo Renault con la palanca en el volante que nunca había conducido. Luego me pidieron el DNI y me dijeron: «Aquí se entra, pero no se sale». Eso es privación de libertad.