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El coronavirus y su letal persistencia dejará tras de sí una profunda huella de incalculables consecuencias cuando por fin acabe por desaparecer, fecha que a día de hoy nadie se atreve a pronosticar, ni siquiera las autoridades que se pasan el día en televisión hablando del virus. Por no tener, no se tiene seguridad científica de que superado el contagio somos ya inmunes a la reincidencia contagiosa. Tampoco se sabe hasta cuándo es inmune un paciente que haya superado el contagio. El coronavirus se está mostrando como un enemigo que puede ser letal del que lo ignoramos casi todo; se dijo que con la llegada del buen tiempo desaparecería, ahora los mismos técnicos que confiaban en la «vacuna natural de la temperatura» se están desdiciendo, incluso afirmando que el calor no va a afectar a este tipo de patógeno.

Donald Trump echó la pandemia a barato y ahora se encuentra con más de 30.000 muertos, 800.000 contaminados y 22.000.000 de puestos de trabajo perdidos en poco más de un mes. Unas perspectivas muy sombrías. Este diagnóstico equivocado lo hizo en el mes de febrero, supongo que ya le habrán informado del impresionante desafío de la covid-19. Al presidente americano le pasó como a aquel que el día que se iniciaba el diluvio universal vaticinó seguro de que no iban a ser más de cuatro gotas.

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Dice Martin Wolf que estamos ante la mayor crisis global desde la Segunda Guerra Mundial, para América el mayor desastre económico desde la gran depresión de los años 30.
Los coronavirus humanos más parecidos al Sars-CoV-2 son el Sars que surgió en 2002 y el Mers de 2012. Recojo esta noticia porqué un estudio demostró que los que tuvieron el Sars y se recuperaron tenían en sangre anticuerpos dos años más tarde, lo que es una excelente noticia. Por no ser tan reiterativo, permítanme desviarme del camino que traía y aunque sea colateral decirles que si las Fallas de Valencia fueron las primeras fiestas patronales en suspenderse, ni van a ser las únicas ni van a ser las últimas. Es probable que este año no se celebren fiestas patronales entre primavera y verano en ninguna población española, incluyendo como ya sabemos las fiestas de Sant Joan, ni ninguna otra de otro pueblo menorquín. A la luz de la memoria, creo que por la Guerra Civil se suspendieron las de 1937 y 1938, al menos las de Sant Joan.

Espero que a nadie se le ocurra pretender celebrar un Sant Joan a puerta cerrada, eso es inimaginable, además no sería posible, ya que lo primero con lo que chocaría es que Sant Joan es una fiesta dónde hacen la fiesta los santjoaners, los caballos y sus jinetes. Si los protocolos han perdurado tantos años, mejor es suspender Sant Joan que por el afán de celebrarlo venir ahora a desvirtuarlo gravemente. Si hay que suspenderlo, como así parece que va a ser, será toda la lástima que ustedes quieran, pero no queda otra.

Otro capítulo menos festivo pero de capital importancia para Menorca y aun para toda España, es tener que asumir que está peligrando la temporada turística, que salvo un milagro, mucho me temo que va a pasar lo mismo que ya ha pasado con la Semana Santa, y eso para el empleo y para la hostelería en general es un problema muy grave. Hasta no tener una buena vacuna, es probable que tengamos coronavirus para rato. Ojala y permita Dios que me equivoque. En cuanto a la vacuna, haciendo oídos a lo que dicen los expertos no vamos a poder contar con ella antes de un año, y aun teniéndola, habrá que producir la cantidad suficiente para la población mundial. Estoy hablando de 7.000 millones de dosis. Las primeras naturalmente para el personal de riesgo: los sanitarios que hoy sin vacuna ninguna están luchando bravamente jugándose la salud cuando no la vida, personal de limpieza, reponedores en tiendas y supermercados, cajeras, guardia civil y policía, aunque por nada del mundo me atrevería a poner prioridades. Para eso doctores tiene la Iglesia. Mientras tanto, no nos queda más remedio que seguir por dónde nos mandan las autoridades sanitarias y gubernativas