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Hace falta tener la voluntad de equipo de ayudar a los demás que tienen los trabajadores/as de los hospitales para ir a trabajar dónde el virus tiene más amenaza de contaminación a quiénes precisamente luchan contra él. Un enemigo que mata sin saber ni porqué ni a quién ni exactamente cómo. Hace falta valor para entrar por una puerta cada mañana o cada noche, que te lleva al centro de un campo de batalla a enfrentarse a un enemigo invisible y cruel.

Cata Donoso Pons lleva cinco años de enfermera en el mismo hospital, y me decía el otro día por teléfono que ahora ya sabe lo que es ejercer la medicina en el centro de un campo de batalla. Ayer me llegó un infectado –me decía- igual que tantos otros, es un poeta que trabaja la métrica de juntar palabras como si estuviera con un bisturí haciendo cirugía. «Esta primavera estamos los poetas desorientados» -me dijo- «y eso que no es tiempo de estar sumido en la tristeza de quien tras duros males solo piensa en el mal que le amenaza».

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No le inspira la faz que oculta la mascarilla de la enfermera que le atiende protegiéndose de un virus que la causa desazón por si en ella se oculta ya la pandemia que se ceba vistiendo de luto la cálida primavera.

La enfermera teme infectar a los suyos cuando llega rendida a casa tras un día de lucha casi sin armas, protegiendo a unos pacientes que hace unos días no conocía y que ahora la miran con gratitud, a sabiendas de que están en deuda con ella. Cata recuerda la anécdota de la Madre Teresa de Calcuta, aquella ocasión en que la visitó Lady Di, mientras curaba las llagas purulentas de un infectado. La princesa llevándose una mano a la cara en señal de asombro dijo: «Ni por un millón de libras haría yo eso», «yo tampoco» contestó aquella monja increíble.

La enfermera se pone su buzo blanco, se cubre la cabeza como el guerrero se cubre con el yelmo antes de entrar en batalla, su mascarilla es la celosía que protege a sus pacientes por si ella ya estuviera contaminada. Piensa en su hijo, en su esposo, en sus padres ya tan mayores y tan expuestos por eso. Viven los cinco en un piso pequeño que ni siquiera les permite guardar una distancia de seguridad entre sí. ¡Mamá! Estamos ganando los coronavirus han empezado a retroceder. El poeta me ha regalado una sentida poesía dedicada a todos los trabajadores del hospital, a ese heroico ejército que se juega la salud y hasta la vida por sus pacientes y hasta se inventan un baile, una canción de amable coreografía para alegrar a los que el virus en sus anárquicas maldades ha contaminado. Nosotros mis queridos papás, sabemos que la mayoría saldrán de esta pesadilla de un virus con guadaña, por eso estamos luchando, por eso venceremos, por eso aunque veamos caer a nuestro lado algún compañero/a, no vamos a dar un paso atrás. Cada paciente al que le dan el alta es una victoria contra un enemigo, que cómo dice mi paciente el poeta, se ha empeñado en ensombrecer la primavera, pero ningún virus conseguirá jamás anular la poesía.