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Decía el otro día en su columna del «El País» la insigne escritora Maruja Torres: «Lo que necesito es que un par de loqueros con una camisa de fuerza que en plena rueda de prensa lo reduzcan, lo aten y se lo lleven». Para mí tengo que se refería a Trump, y no me extraña, porque este hombre cuando tiene delante un micrófono y una cámara de televisión, es capaz de sacarle los colores a un carretero.

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Fíjense, ahora cuando EEUU tiene más víctimas por el coronavirus que lo que les causó la guerra de Vietnam a las tropas americanas, al Sr. Presidente se le ha ocurrido decir para combatir el virus «que él aconsejaba inyecciones desinfectantes». Antes ya había soltado otras ocurrencias, cuando reunió la sabiduría suficiente para decir «que se puede acabar con el virus metiéndose en el cuerpo una tremenda luz ultravioleta». La doctora Deborah Birx que estaba presente puso tal cara de espanto y asombro, que luego su cara fue usada en la red para adornar chistes contra una pandemia que maldita la gracia que tiene.

Con la covid-19 han aflorado ocurrencias de todos los colores. Algunos menos importantes que el presidente americano, también han tenido ocurrencias muy sonadas; gentes que para salir de casa se inventaron mascotas increíbles. A uno lo pilló la policía paseando un cerdito vietnamita, a otro con una cabra, a otro con una oveja, un gato, un conejo, un pájaro en una jaula, pero nada como el que llevaba una pequeña pecera con un par de pececillos dentro. Les dijo a la policía que eran de su hermana y que les sacaba a dar un paseo, o aquel que iba arrastrando un perro de peluche.