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Yo entiendo tu cabreo, amigo lector, lo entiendo y, a ratos, lo comparto. Veo normal –que no lógico- que cada vez que enciendes el televisor o que te envían un Whatsapp sobre política te enciendas peligrosamente, que entres en cólera y que te dé por mentar en arameo hasta el primo hermano del vecino del compañero de clase del apuntador. El panorama, en general, pinta delicado y con tintes surrealistas, independientemente del cristal con el que lo mires azul, rojo, morado, naranja, verde…

Es imposible que alguien pierda en unas elecciones porque las interpretaciones y los matices son infinitos. Últimamente, no suele ser el mismo protagonista el que las gana que el que gobierna, mientras que el gran desfase se encuentra en la sede del que da –o dará- la mayoría al otro y que, a su vez, se convierte en la llave imprescindible para el futuro de esta y de cualquier otra nación. Habrá quién lo llame “pactos” y a mí me parecen “despropósitos”.

Total, que encendemos el televisor y, por si no estábamos hartos del COVID19, ahora hay que añadirle los mangoneos entre ministros que mienten más que hablan con el beneplácito de su partido, de sus votantes y de esos 28 mil muertos oficiales. Los que el Ministerio de Sanidad no quiere contabilizar no tienen derecho a quejarse y por cómo están gestionando el tema casi no tienen derecho ni a haber muerto, por triste que parezca.

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Que el ministro de Justicia sea injusto, además de mentiroso, es alucinante hasta el punto que por encima de todas las cosas es increíble que no se le caiga la cara de vergüenza. No que dimita, que eso es impensable si no lo hizo en su momento el otro ministro de Transportes y Mangoneos, José Luis Ábalos, ¿recuerdas el escándalo? Parece una reunión de Pinochos al amparo de Gazapo. Perdón, de Gepeto.

Lo peor es que si es malo lo que hay, tampoco brilla entre los españoles la sensación de que lo que pueda venir vaya a ser mucho mejor. Será diferente, eso sí, pero no se siente un clamor por una especie de cambio, de lo que se deduce que no nos importa, ni nos molesta, que nos mientan y nos tomen por tontos. Por más tontos, claro.

¿Y que nos queda? Pues te recomiendo que apagar la tele y dejar a un lado el teléfono. Desconectar de lo que abunda para conectar más con lo que falta. Porque pocas mentiras puedes encontrar en un amanecer, en una copa de vino o en una zambullida a media tarde en Es Murtar.

dgelabertpetrus@gmail.com