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En contra de lo que casi todo el mundo cree, los turistas no vienen porque tenemos las mejores calas, una gastronomía exquisita, gusto por la cultura y un carácter flemático como signo de conducta colectiva y de un alto índice de felicidad. Eso lo descubren al llegar. No vienen solos, hay que ir a buscarlos, la frase que tantas veces escuché a Emili de Balanzó, maestro y amigo, quien, dicho en castizo, tenía el culo pelado de viajar por toda Europa con carteles y folletos para vender Menorca entre turoperadores y potenciales clientes.

Y cuando de golpe dejan de venir, hay que ir a buscarlos encarecidamente como ocurrió en aquella crisis de 2008 que dejó a los menestrales británicos, esos clientes tan nuestros, sin oxígeno para sus vacaciones en Menorca. Recordarán aquel plan de choque por el que se pagaron millones de euros a los turoperadores para que trajeran turistas y así los hoteles pudieran abrir y los asalariados trabajar. Hace diez años de aquello y cuando hace poco un hotelero me dijo la cantidad total pagada a los intermediarios -los tratantes del negocio- todavía se le erizaban los cabellos. Era mucho más de lo publicado, lo podía decir en confianza, una vez que el tiempo lo ha prescrito.

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Los motivos han cambiado pero la situación es la misma, más cruda incluso, porque la pérdida del negocio ha sido repentina y la recuperación, más complicada. Se diseña con tanto interés como dudas un plan piloto, el Gobierno lo autoriza a contrarreloj cuatro días antes y pensando en Mallorca cuyo principal mercado es el alemán.

Aquí se hacen campañas de promoción para traer turismo nacional sin garantía de que el transporte lo acompañe. El sector aéreo, uno de los más castigados por la crisis del coronavirus, pone precios carísimos hasta para quienes viajan con el 75 por ciento de descuento. Hay que ir buscarlos, es evidente.