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El contexto de hace diez años guardaba alguna similitud con el actual, sin víctimas mortales de por medio. Atravesábamos aquel verano de 2010 por una crisis económica que también resultaría devastadora aunque los efectos de la actual todavía están por ver y pueden superar a los de entonces.

Mañana, día 11 de julio, se cumple el primer decenio desde que España cruzó la última frontera del fatalismo al proclamarse campeona del mundo en el deporte rey con el recordado gol de Andrés Iniesta, el más importante en la historia del futbol español, anotado en el minuto 116 de aquella inolvidable final en Johannesburgo frente a Holanda.

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El primer y único título mundial conquistado por los jugadores de Vicente del Bosque en Sudáfrica no creó puestos de trabajo ni mejoró la situación coyuntural del país pero aportó una alegría espontánea, insólita y a prueba de escépticos o alejados de cualquier simbolismo nacional, tanto a los futboleros como a los más ajenos al juego de masas por excelencia.

España también se coronaba como mejor selección del planeta, el último eslabón para cerrar su ascenso al olimpo del deporte internacional iniciado con la disputa de los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona. Simon Kuper, escritor y periodista británico del Financial Times llegó a escribir entonces: «ojo con los españoles, vayan preparándose por si también se ponen a jugar al críquet».

Tras la España en blanco y negro en la que aparecieron héroes aislados en los sesenta y los setenta, como Bahamontes, Santana, Nieto o Ballesteros, la sucesión de triunfos ha situado a este país al nivel de los mejores en la mayoría de disciplinas individuales y colectivas. Induráin, Nadal, Gasol, Alonso, Contador, Márquez... son indiscutibles ejemplos de que pese a todo y pese a todos, hay algunas cosas que sí funcionan en este país.
Lástima, que en este dramático 2020 no haya otra alegría como aquella que edulcore tanta incertidumbre y aporte dosis tan necesarias de positivismo.