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Te propongo un juego, amigo lector. Intenta recordar lo que tardabas en organizar un plan con tus amigos cuando eras un pipiolo y lo complicadísimo que es ahora, a los treinta y tantos. La vida se va complicando a medida que vamos cubriendo ciclos y que nos aparecen nuevos retos por el camino. Por ello, cada ocasión que logras reunirte con amigos ni que sea para una cerveza rápida parece como si se alinearan los planetas y te hace especialmente ilusión. Imagina si lo consigues para dar la vuelta en barca a la Isla de Menorca. Sí, soy tremendamente afortunado.

Durante 3 días he podido desconectar del mundo recorriendo el litoral menorquín sin más preocupación que la de que el tiempo me diera una tregua y galopara a un ritmo más lento para disfrutar todavía más del momento. No ha podido ser, ha sido fugaz, como una de las estrellas que estas noches tiñen el cielo menorquín. Salvador, el gran Kajuna, Agustí, Pere, Marc, Albert, Carlos, Chemi y yo nos hemos embarcado en una aventura que sirve para valorar, todavía más, las pequeñas cosas.

Porque conseguir que 5 amigos cuadren agendas y responsabilidades para poderse escapar 3 días de la rutina es algo que va ganando valor a medida que nos hacemos mayores. Y durante estos 3 días hemos vuelto a ser esos niños que improvisaban planes a diestro y siniestro porque todo nos iba bien. Los mismos que invertían sabiamente las tardes en Cala Pato, en Sa Mesquida, en Es Murtar…

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Ya no somos niños, la verdad, pero nunca hemos dejado de serlo. Nos seguimos riendo con las mismas bromas, tenemos los mismos gustos y si nos hubiesen dicho en esas tardes ‘asseguts a sa vorera amb es peus en remull’ que habría un virus que trastocaría el planeta como ha pasado, nos lo tomaríamos a guasa. Y menuda broma de mal gusto está resultando ser…

La última vez que mis amigos dieron la vuelta –yo no la pude hacer- flirteaban con los 20 años y por lo tanto han tenido que pasar unos 15 años para que se volviera a hacer. Podría enfadarme con el tiempo por haber tardado tanto, pero, al contrario, estoy muy agradecido. Cuanto más difícil parece conseguir una cosa, mejor te sabe cuándo lo logras y más especial es cuando lo vives.

Donde la gran mayoría verá el 2020 como el maldito año del virus, yo lo recordaré por la magia que envolvió la noche de luna llena que vivimos en la Cala Sant Llorenç echando unas cervezas, disputando el campeonato del mundo e interplanetario de dominó y degustando la paella del gran Kajuna convencidos de que somos los más afortunados del planeta.