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La pandemia nos ha dejado un regalo escondido entre los pliegues del enorme estropicio causado a nuestras vidas y haciendas.

La manada de búfalos en estampida que está resultando ser la civilización occidental ha sido frenada o dispersada por el virus. La enorme polvareda que generábamos se va posando y nos permite apreciar senderos antes invisibles. Observemos por ejemplo lo sucedido en Menorca: la ruina se ha cebado principalmente con los negocios que se nutren tradicionalmente con el turismo de masas, mientras que durante los meses de julio, agosto y septiembre, con la movilidad interprovincial reinstaurada y las fronteras abiertas, se han vendido en Fornells más langostas que nunca, en los puertos de Mahón y Ciutadella costaba encontrar una mesa en muchos de sus restaurantes, los alquileres de coches no daban abasto, los de embarcaciones no daban crédito, los hoteles rurales llenos, muchos franceses comprando predios a gogó con la idea de establecerse en la isla hasta que pase el temporal (y luego muchos se quedarán, enamorados); españoles de múltiples procedencias, con alto poder adquisitivo, que no conocían la isla, este año lo han hecho, y apuesto doble contra sencillo a que les ha gustado y volverán.

Desde que llegué a este paraíso menguante hace cuarenta años he oído, al principio en la prensa y en conversaciones de bar, en el Foro de la Illa Dei Rei después, plantear reincidentemente la misma pregunta: ¿qué quiere Menorca ser de mayor?. Bien, ahora ya es mayor y sigue a vueltas con la pregunta. Cada año se propone ser mejor, pero se lo propone como quien se promete adelgazar, ir al gimnasio y dejar de fumar... el uno de enero, o en nuestro caso «la próxima temporada»...

El virus nos deja algunas preguntas interesantes.

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¿Podría sobrevivir Menorca con el tipo de turismo que ha recibido esta temporada, desprendiéndose poco a poco del concepto masa/de batalla? Y En caso afirmativo, ¿Convendría a Menorca decantarse por ese turista/veraneante, menos numeroso pero más... «desprendido»?

Cualquiera que visite la Isla puede comprobar que en ella se ha salvado gran parte del territorio de la depredación insensata, si lo comparamos con islas hermanas y (no digamos) si lo hacemos con otras costas en otras comunidades mediterráneas. Tradicionalmente se atribuye esta circunstancia tan envidiable a la labor correosa de los gobernantes protegiendo la virginidad de nuestra bella doncella. Hay quien sospecha que también existe algo de dejadez implicada en el resultado final, algo así como un beneficio colateral a la parsimonia. Ahora eso es lo menos importante; sea como sea, el caso es que nos hemos librado hasta la fecha de la devastación que produce el exceso de hormigón en los jardines del Edén, y el asfaltado en las cala; el caso es que nuestra costa, nuestro campo y muchos de los enclaves construidos por los propios menorquines (pienso en Alcaufar, Es Grau, Canutells y tantos otros rincones), así como nuestros pueblos y ciudades acumulan un encanto indescriptible, y suponen para el paseante o descubridor de dichas joyas una fuente de placer insondable.

Hay quienes pensamos que actuaciones como el alicatado hasta el techo de Arenal d’en Castell (producido bajo la batuta «roja») o los parques acuáticos y algunas otras delicias formato «Las Vegas» (atribuibles al equipo «azul»), ayudan tan poco como el turismo de masas a preservar el tesoro. Quizás es buen momento para pedir a nuestros líderes insulares y autonómicos que atiendan una reclamación bastante transversal en la línea de aprovechar la coyuntura para mover ficha con agilidad en orden a reducir el volumen y reorientar la oferta en los establecimientos hoteleros obsoletos. Restar pulseras de todo incluido, sumar calidad.

Ahora que ya somos por fin mayores me gustaría oír un manifiesto que resultara claramente audible y mayoritariamente aceptado: «Ni somos, ni queremos ser Las Vegas, ni Ibiza, ni Miami o Benidorm; queremos ser la isla bonita, tranquila y especial, afortunado refugio de quienes aprecian lo auténtico».

Cuando los búfalos retomen la estampida, no nos sumemos a la carrera.