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Se marchó en silencio, sigiloso como era él, cada vez que atravesaba la redacción para dirigirse a cualquier compañero. Casi cerraba los ojos cuando hablaba haciendo uso de su peculiar tono de voz, bajito pero suficientemente expresivo.

Esa discreción que presidió su vida hasta que una merma física comenzó a pasarle factura por tanto esfuerzo continuado, desaparecía de repente con una palabra, una frase, un aforismo oportuno e ingenioso que distendía el ambiente y provocaba carcajadas. Porque Pere Melis, además de gran colega, buena persona y trabajador constante, manejaba la ironía, el sarcasmo, la guasa como nadie. Acuñaba como propias frases hechas que colocaba en el momento justo y repetía una y otra vez con el mismo resultado hilarante para todos. Por eso su compañía resultaba agradable aunque esas conversaciones preñadas de risas luego alargaran la jornada en el periódico.

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Trabajaba a su ritmo, fue meticuloso, dubitativo pero riguroso y extremadamente responsable en todos los cometidos que asumió en la empresa, tanto en Maó como en Ciutadella y al frente de la nueva edición digital.

De la misma forma callada con la que terminó su etapa en esta casa, en la que pasó muchas más horas que en la suya propia a lo largo de más de tres décadas, Pere Melis se marchó el domingo sin decir adiós, y por eso su fallecimiento ha sido más triste todavía, por inesperado y prematuro.

El lunes evocamos su recuerdo en corrillos al inicio de la jornada, sin haber acabado de asimilar aún su repentino final, a la misma hora en la que él aparecía cada mañana de cada día, de cada mes, de cada año. Solo unos minutos después empezamos a trabajar sin más porque esta profesión no concede treguas. Y no me sentí bien al hacerlo porque ese día no podía ser como otro. Melis no estaba ni iba a volver a estar pero Pere queda en la historia de este periódico. Se lo ha ganado.