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El otro día vi en el súper la carga desmesurada de papel higiénico que se llevaba una familia. Algo similar a lo que ocurrió en marzo cuando el papel del aseo se convirtió en fiel metáfora de cómo el miedo afloja el esfínter al personal.

Se están oyendo voces y alertas desde todos los ámbitos, desde el doméstico al sanitario pidiendo otro confinamiento para frenar la escalada. Es creciente el runrún para incitar el encierro.

El Gobierno lo niega un día y al siguiente, consciente del daño causado la pasada primavera. El confinamiento salvó vidas sin duda, pero condenó muchas otras y ahora todos los esfuerzos van dirigidos a salvar la situación a un precio menor, sin aquella salvajada.

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Hemos aprendido suficiente para prevenir los contagios y la estrategia ha de ser acorde al conocimiento que ahora tenemos. No ha de castigarse a toda la población por comportamientos irresponsables de pocos. Se ha demostrado que los brotes surgen de las aglomeraciones y celebraciones, prescindibles hasta que escampe. Celebro que el Athletic gane la supercopa, pero mejor cantar y tomarse un chiquito en casa que en la calle para evitar una incidencia de más de 500 casos de coronavirus que ayer registró Bilbao.

No es mala idea que todos aquellos que pueden quedarse en casa lo hagan, pero que no obliguen, no más recortes a la libertad individual en nombre de la salvación de la humanidad, que lleva siglos conviviendo con amenazas a la salud.

Diversos estudios han relacionado la incidencia del aumento de casos de cáncer con una central eléctrica cercana que expulsa partículas de azufre, como ocurre aquí, pero no se ha planteado nunca cerrarla sino todo lo contrario, fue ampliada por necesidades de suministro. Como dijo Ortega y Gasset en el siglo pasado sobre el caso catalán, hemos de aprender a conllevarlo.