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En 1974, otro 25 de abril, nuestros hermanos portugueses conquistaron su libertad instaurando un Estado democrático de derecho. Aquello fue conocido como la Revolución de los Claveles. El 6 de diciembre de 1978, el rey Juan Carlos I ratificaba la Constitución Española, producto de una Transición modélica que hoy cuestionan algunas mentes totalitarias. Soplaban aires de libertad y de grandes acuerdos en lo fundamental. Se aceptaba y respetaba la diversidad pese a los diferentes orígenes y convicciones. No fue nada fácil, pero había un objetivo común. Empezaba un camino conjunto que en 1986 llevaría a ambos países a ingresar en la Unión Europea, garantía para una inmensa mayoría de democracia, libertad y progreso. Como pasaba en mi época de estudiante, cuando uno olvida la Historia, está condenado a repetirla en septiembre. De repente, alguien tuvo la nefasta idea de resucitar los bandos que libraron una cruel guerra civil, tras la que llegaron 40 años de dictadura. En este clima frentista, vemos actuaciones simbólicas, como desenterrar a Franco para ofender o humillar a los que todavía se consideran enemigos. Pero el pasado no va a cambiar.

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Y aquí estamos, superando crisis, cambios de época, pandemias y toda clase de transformaciones que casi nos hacen olvidar de dónde venimos. «Jo vinc d’un silenci antic i molt llarg», cantaba Raimon. Hemos sustituido el silencio por el ruido. Son dos formas posibles de incomunicación.