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¿Cómo están, queridos lectores? Espero que cada uno de ustedes lo mejor posible dentro de las circunstancias. Yo, como ya sabrán, ando estos días un poquito más feliz porque mi Atleti ha ganado La Liga. No me he vuelto idiota, al menos no del todo, y sé perfectamente en lo que se ha convertido el fútbol, en un negocio millonario que no conoce de sentimientos. Y sé también que la victoria de tu equipo no paga el alquiler, ni cura a nadie, ni tiene que eclipsar los problemas reales que tenemos. Y vivo en mi contradicción, porque aun sabiendo todo eso me gusta ver jugar a mi Atleti, porque soy rojiblanco desde el estómago, desde la infancia, desde el recuerdo de escuchar en el barrio los goles que se gritaban en el Calderón.

Saben perfectamente que mis artículos siempre van cargados con la denuncia social que creo necesaria, y no me corto un pelo en señalar una y otra vez a los nuevos carroñeros que acaparan cada vez más poder subidos en la ola del populismo xenófobo, machista, homófobo y clasista. Pero me permito ratos de frivolidad, ratos de baja intensidad, ratos para encontrar remansos donde desconectar y compartir, siempre con amigos, risas, lúpulo y lo que haga falta. Ya sabemos todos que las alegrías compartidas se disfrutan el doble, y las penas compartidas se dividen por la mitad.

Y pienso que es muy sano reconocer nuestras contradicciones, de hecho los personajillos que se presentan íntegros y sin fisuras, los especímenes capaces de sentenciar con contundencia que las cosas son de tal o cual manera por sus narices (aquí he sido políticamente correcto porque el cuerpo me pedía otra palabra), son además de los más peligrosos de todos, los más hipócritas que te puedes echar a la cara. Cuánto patriota de pulsera y de bandera no aplaude luego al que se lleva su pasta a Andorra para cotizar menos, o apoya al que roba todo lo público para llenar bolsillos privados. Cuánto supuesto creyente que dice cumplir a rajatabla los mandamientos de su dios (el que sea) se muestra indiferente, o agresivo, con niños que se mueren en el mar huyendo de guerras y miserias. Lo que se ha hecho con la trabajadora de la Cruz Roja, Luna, no tiene nombre, bueno ¡qué carajo!, sí que lo tiene, inhumanidad. A cuanto abanderado de la castidad y de las tradiciones más casposas y castrantes no se le ha descubierto luego en los más oscuros negocios de drogas o prostitución. Cuántos voceros de la cultura del esfuerzo no viven como viven porque lo tienen desde la cuna y el mayor esfuerzo que han hecho en su vida ha sido el de respirar.

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El filósofo Nietzsche en su obra «Así habló Zaratrusta» nos regala la siguiente frase: «Este mundo, eternamente imperfecto, imagen, e imagen imperfecta, de una contradicción eterna – un ebrio placer para su imperfecto creador». La obra de Friedich Wilhelm Nietzsche tiene mucha tela que cortar, entre otras cosas para quitarle el sambenito de que su idea del «superhombre» inspiró al nazi supremo de ridículo bigote, pero no hay tiempo, ni capacidad de este articulista, para desarrollar eso. Me quedo con la idea sencilla de que dudemos de los que van de perfectos, porque ellos no nos traerán nada bueno.

Terminando que es gerundio, abrazo mis contradicciones porque donde encuentro consuelo es en la honestidad. Además como no tengo que ser ejemplo de nada ni de nadie, menos mal, y el postureo me produce más dentera que una tiza arrastrada por una pizarra, me despido diciendo aúpa Atleti y deseándoles como siempre un feliz jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com