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Me acuesto con imágenes de televisión que dicen que hacen dormir. En esta tesitura, me encuentro de pronto con un Clint Eastwood extremadamente joven haciendo de héroe de la película, que de hecho es lo suyo. Lo que pasa es que en esa película el malo es más alto que él, lo cual es difícil, porque mide un metro noventaitrés. El malo es más alto y más fornido, de modo que Clint Eastwood parece hasta debilucho, con su pelo ahuecado y sus gafas de sol. Sin embargo, cuando pelean, Clint lo agarra de la solapa, lo lanza contra la ventana, la hace añicos y lo arroja a la calle. Ya me dirán: un tipo de dos metros de alto maltrecho en medio de la calle. Entonces comprendo que Clint Eastwood es un héroe y tiene que ganar siempre, aunque visto con sangre fría nos parezca inverosímil. Se me ocurre luego que los seres humanos tenemos necesidad de héroes, hasta el punto de que los héroes originarios griegos tenían características mitológicas comparables a los dioses. Tengo una frase apuntada por ahí que dice que los pueblos primitivos convirtieron sus esperanzas y temores en divinidades. Luego el héroe, en este caso encarnado por Clint Eastwood, siempre triunfa sobre el mal para cumplir con nuestras esperanzas y acallar nuestros temores. El contrario puede ser todo lo alto y monstruoso que quiera, que ahí está Clint Eastwood para arrojarlo por la ventana. Con ello nos confiere paz y seguridad, algo así como el primo de Zumosol. ¿Se acuerdan del primo de Zumosol? Tú caliéntame que cuando venga mi primo te va a ajustar las cuentas. De donde se infiere también que Clint Eastwood es el primo de Zumosol.

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Después de los espagueti westerns de Sergio Leone y de su larga carrera como héroe Clint Eastwood ha dirigido películas más creíbles, bajo el prisma de la heroicidad, y ha ganado prestigio cinematográfico. Puede que fuera a partir de «Los puentes de Madison», a la que siguieron «Million Dollar Baby» y otros títulos calificados de obras maestras. Es como si el héroe se hubiera vestido de carne humana, o como si el dios se hiciera hombre. Sin embargo, para seguir magnificando al ser humano a base de heroísmo, no hay que olvidar a los superhéroes, a los que los cómics y la ciencia ficción otorgan poderes sobrehumanos, acercándolos todavía más a los dioses clásicos. Justicieros enmascarados que vuelan, se balancean sobre gruesas telarañas o poseen dones extraordinarios para acallar nuestros temores y cumplir con nuestras esperanzas de llegar a ser como dioses.